«La estructura de las revoluciones científicas», medio siglo después

En mis primeros años como profesor universitario tuve que leer y trabajar el libro de ese título, escrito por Thomas Kuhn y reeditado en 2012 como edición del 50º aniversario. He de reconocer que entonces me gustó, porque me pareció que ofrecía muchas ideas interesantes sobre el progreso de la ciencia económica –eso sí, sin entrar en los detalles que entonces se me escapaban. Su tesis se podría presentar así –con el riesgo, claro, de deformarla. Las ciencias no avanzan hacia la verdad, sino para corregir los errores que han ido apareciendo en ellas. Partamos, por ejemplo, de la «ciencia normal» que, en aquellos años, podría ser, en economía, el keynesianismo. Los expertos participan  de esa manera de ver el mundo, la aceptan, la desarrollan, y la ciencia avanza. Claro que se van presentando pequeños problemas, como una inflación creciente que amenaza con dar al traste con las recomendaciones del modelo. Pero los expertos ven esto como problemas menores, que se van corrigiendo con controles de precios, por ejemplo: son la anomalías o puzzles. Pero llega un momento en que la adición de pequeñas correcciones se hace compleja, difícil… y aparece una nueva escuela, que se caracteriza por hacer «otras preguntas»; en los años setenta, por ejemplo, parecía que el problema era más la inflación que el pleno empleo y, en todo caso, las recetas keynesianas servían cada vez menos: la profesión estaba ya preparada para una «revolución». Por eso a mí, un monetarista, me gustaba esa interpretación de Kuhn que, reconozco, era bastante ad hoc. Pero me funcionaba.

Todo esto me vino a la memoria al leer un artículo de Matthew C. Rees, «The Structure of Scientific Revolutions at Fifty«, en The New Atlantis. Pero esta entrada no es un ejercicio de nostalgia, porque ese artículo dice muchas cosas que son de interés para los científicos, sobre todos los de las ciencias sociales, en nuestros días. Rees explica mejor que yo lo que decía Kuhn y las críticas que se le dirigieron, y acaba preguntándose: ¿por qué los ejemplos que pone Kuhn están tomados de la física? Porque era físico, primero, y porque la física se presta muy bien al proceso que él describió. Pero, ¿por qué dejaron de interesarse los investigadores por la teoría de las revoluciones científicas unos años después, sobre todo en las ciencias sociales? Porque la física dejó de ser el paradigma de la economía, la sociología o la ciencia política: el ser humano o la sociedad no pueden presentarse como máquinas. El nuevo paradigma dominante es, en este ámbito, la biología y la ecología, porque han conocido un desarrollo formidable y, sobre todo, porque ofrecen algo que, claramente, falta a la imagen de la sociedad como una máquina: el ser humano y las comunidades humanas se parecen más a organismos, que nacen, crecen, aprenden, sufren crisis y mueren. Y la biología ofrece teorías interesantes sobre cómo se produce esto.

Pero Rees hace notar que ese paso, del enfoque físico al biológico es, en las ciencias sociales, también reduccionista, y limitado en lo que puede explicar. «Todo modelo que el científico social usa, tanto si se deriva de la física como la biología o la ecología, incorpora ciertos supuestos filosóficos sobre la naturaleza del hombre y sobre el funcionamiento óptimo de la sociedad«. Pero esos supuestos no se declaran, y acaban arrinconados en la batalla científica por la imposición de unos modelos sobre otros. «Quizás la mayor limitación de las ciencias sociales es que, por muy buena que sea la capacidad explicativa de una teoría, no puede decir gran cosa acerca de si una acción particular debe ser llevada a cabo o no, para conseguir un cambio social. Dado que el objeto de las ciencias sociales son las relaciones humanas, las cuestiones éticas –sobre si un cambio debe ser introducido o no, quién debe ser responsable de ello y cómo debe llevarse a cabo– deben estar siempre en primera línea». Pero esto «depende de nuestra visión sobre el adecuado funcionamiento de las instituciones y sobre lo que constituye una buena sociedad». Y esto no lo puede responder ni la biología, ni la ecología, ni la economía, ni la sociología ni ninguna otra ciencia. Por eso, dice Rees, es importantísimo que reconozcamos las limitaciones de nuestros modelos, porque «cualquier ciencia que se separa de sus bases filosóficas se hace incapaz de enfrentarse con esas cuestiones».

«Los juicios de valor están siempre en el centro de las ciencias sociales», afirma Rees. Lo vemos ahora en nuestro análisis de la crisis económica española: inevitablemente, la miramos con las gafas coloreadas de nuestros supuestos no declarados y no reconocidos. Y «al final, como dijo Irving Kristol, el único criterio auténtico para juzgar un sistema económico o político, o un conjunto de instituciones sociales es este: ¿qué clase de personas deben emerger de estas instituciones?».

Sí, me ha gustado mucho recordar a Kuhn y leer a Rees. Porque yo también pienso que la salida de todas nuestras crisis económicas, sociales, humanas y éticas es siempre esa: ¿qué tipo de persona queremos que salga de las medidas que vamos a adoptar? Lo siento por los expertos, porque muchos de ellos no entenderán esa pregunta. Pero es muy importante.

Antonio Argandoña es Profesor Emérito de Economía del IESE.

3 thoughts on “«La estructura de las revoluciones científicas», medio siglo después

  1. mas alla de todas las validas teorias y los pensamientos de los pensadores de cada epoca, considero que cada epoca marca en la experiencia una nueva y propia leccion de aprendizaje desde la realidad social, pera pretender desde la propia discusion su emerger desde los problemas actuales a los actores de esta epoca , nadie escapa de la realidad del hoy y su propia evolucion y comprension historica,alli saldran esas «personas» con las llaves de comprension necesarias.

  2. Es interesante la reflexión de Argandona, su propuesta final «¿qué clase de persona debe emerger de esas instituciones?» – o tipo de ordenamiento de la sociedad – interpreto que se basa en el postulado de que el bien de las personas es la regla de oro para evaluar lo adecuado o no de cualquier propuesta: liberalismo, socialismo, soluciones intermedias como «la economía social de mercado» buscada en la Alemania de Erhard-Adenauer u otras.
    Pero ese mismo postulado, como los distintos paradigmas o macrovisiones, pueden ser meta-observados desde una perspectiva epistemológica. Luhmann comenzó con una crítica desde la sociología del conocimiento, y pasó gradualmente a situarse dentro del abanico de posiciones del Constructivimo, tomado en el sentido en que lo realizó Heinz von Foerster (él mismo pionero en el campo de la nueva cibernética). Distingue así niveles de observaciones. El teórico de la física no observa tanto los fenómenos cuanto las relaciones entre ellos y construye una teoría. Su campo observado es externo a su propio sistema observador. El epistemólogo Foerster decía: en vez de observar sistemas, pasar a observar el sistema observador. Y en la construcción de cualquier saber, científico, filosófico o religioso, es necesario analizar qué sistemas internos de observación se han ido estructurando (normalmente es ahí el factor básico el medio social) para llegar a construir esos paradigmas de Kuhn y sus resultados concretos en teorías que van evolucionado o cambiando totalmente.
    Naturalmente el mismo observador epistemológico está sujeto a estos condicionamientos. No es evitable un círculo de ideas, pero no es un Círculo Vicioso, es parte de lo que Luhmann llama la Auto-Referencia, que es rasgo irrebasable en la mente humana. Y no es posible llegar a un último punto de apoyo absoluto, como supuso Descartes (posiblemente transfiriendo la dimensión de infinitud-absoluta de la cosmovisión teocéntrica anterior a la Razón). Y aquí sí me atrevo a proponer como salida a esta situación algo en la línea de K. O. Appel y Habermas en una especie de último trascendental: la presuposición de que el humano puede avanzar en el diálogo (al fin y al cabo esa es la base de la idea originarl de la democracia ateniense como debate).

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