El lector conoce, probablemente, el gusto con que acepté la definición que dio la Comisión Europea en 2011, sobre la responsabilidad social: las responsabilidades de las empresas por sus impactos sobre la sociedad. Pero siempre me dejó un regusto poco agradable. No me gusta del todo lo de «impactos»: los últimos 10 años en que una empresa ha estado contaminando la atmósfera no son un impacto, ni siquiera 10 impactos, ni 3650…
¿Consecuencias? Tampoco me convence… Leyendo el otro día el último libro de un filósofo, Leonardo Polo, profesor de la Universidad de Navarra recientemente fallecido (Lecciones de ética. Pamplona, Eunsa, 2013), he encontrado alguna razón más para ese desasosiego. Polo hace notar que, si nos fijamos solo en las condiciones iniciales (la fábrica que montaron, las tecnologías que usaron…), lo que viene detrás son meras consecuencias. «La consecuencia, dice Polo, es lo derivado de los actos en cuanto que estos tienen una dimensión eficiente. Las consecuencias son efectos peculiares, y esto consiste en que los efectos escapan a la causa» (p. 33). «En ética, un acto que yo no domino completamente se denomina consecuencia» (p. 33).
Al leer estos textos, me llamó la atención que Polo discute todo esto a raíz de las cuatro causas que definió Aristóteles (pp. 29 y ss.). ¿Qué tiene que ver la ética con las cuatro causas? No estoy seguro, porque no me resulta fácil entender a Polo, al menos en este libro, pero me parece que lo que está diciendo es: si lo único que nos interesa es la causa material, las condiciones iniciales, entonces la responsabilidad acaba en esas condiciones iniciales; las consecuencias siguen automáticamente, y ya no dependen de mí. Por eso afirma Polo que la causa material «no es una razón suficiente, no es la totalidad de la causalidad» (p. 30). Luego introduce las otras causas: la formal, que nos lleva a preguntar por el por qué (p. 30) y la eficiente, que viene a ser el impulso (p. 29), aunque me temo que Polo no estaría conforme con esta simplificación. Pero lo importante es que «es imprescindible que la causa formal se dé unidad a la causa eficiente», porque «las causas son causas entre sí» (p. 31).
O sea, si entiendo bien a Polo, está diciendo que debemos entender la acción en todas sus dimensiones, con todas las causas que actúan: condiciones iniciales (y quién y cómo las puso), impulso, por qué… y falta una causa más, la final. Y esto, en la acción humana, es clave, porque el hombre actúa por fines (p. 32). «Los actos humanos se realizan en atención al fin, o no se realizan» (pp. 32-33). O sea, si queremos evaluar las acciones humanas, si queremos explicar las responsabilidad que tenemos por (los impactos de) nuestras acciones (en la sociedad), los fines son absolutamente necesarios. Y no solo los fines, sino las cuatro causas.
De modo que las organizaciones son responsables no solo de las consecuencias o los efectos de sus acciones sobre la sociedad, sino que esa responsabilidad incluye las intenciones de la acción (u omisión), la previsión (razonable) de aquellas consecuencias (sobre todos los posibles afectados, que pueden ser muchos) y, muy importante, la disposición a corregir aquella acción. «El hombre se parece más bien al móvil capaz de rectificación» (p. 23). Luego la responsabilidad social es mucho más que el mero recuento de los impactos.
Creo que una cosa es la responsabilidad ética de una persona individual en sus actos como ser humano y otra muy diferente la de las empresas. las empresas ya tienen suficiente con ser competitivas y desarrollarse, y está claro que su objetivo principal es ganar dinero. Creo que los actos causantes de perjuicios en la sociedad por parte de las empresas deben ser los gobiernos quienes las limiten. A mi juicio son los máximos responsables y son ellos quienes deben tener la ética y el beneficio social como principios de todos sus actos. Desgraciadamente, como todos sabemos, no es así. Y así nos va.
Gracias por el post Antonio…muy reflexivo!
El texto del Prof Argandoña me recordó un antiguó aforismo de la moral: “bonum ex integra causa, malum ex quocumque defectu». Este viejo aforismo, indica que para que una acción sea virtuosa, es preciso que todos los elementos que concurren en su realización sean buenos; basta cualquier defecto para que el resultado se malogre. Como bien han afirmado el autor del blog y los comentaristas a esta entrada, hay que hacer todo lo posible para que la bondad sea integral, pero conscientes que el hombre es falible, y por ende puede errar, y en ese caso deberá reparar en la medida de lo posible el efecto colateral perjudicial.
Una simple reflexión de un tema complejo como la ética y las acciones que realizamos, donde casi siempre, encontraremos un diferencial (gap).
Me quedo con el mensaje de que la responsabilidad abarca desde las intenciones de la acción (u omisión) y la previsión razonable de consecuencias, hasta su debida corrección – esta última siendo una alivio importante en la presión del ser ético.
Creo que no debemos ser laxos en el aspecto de la «corrección» de las acciones porque no todos los errores pueden ser compensados por otras acciones – la presión del ser ético debe persistir para alcanzar el punto óptimo en nuestra sociedad.
Insisto en que el tema de la corrección es uno de cuidado ya que el tiempo es presente y lo que se hace hoy no siempre se podrá corregir mañana porque ya mañana es otro día/circunstancia/entorno. Se pueden realmente corregir las acciones pasadas con acciones presentes? Es la posibilidad de corrección posterior una forma de justificación de los errores? Se pueden establecer mecanismos de control para ser éticos? Se pueden segmentar las acciones cuya previsión de consecuencias sea de mayor a menor impacto dependiendo de la posibilidad de corregirlas por completo independientemente del tiempo/espacio?
Cualesquiera sean las respuestas, el Prof. Argandoña hace ver un asunto complejo como algo muy simple – eso es lo que yo considero «genialidad». Gracias!
Gracias por el comentario, Maga. Polo no está hablando aquí tanto de una acción como de una conducta a lo largo de la vida. Por supuesto, si me he equivocado hoy, debo rectificar. Como bien dices, esto no puede ser una excusa para hacer lo que sea, «porque luego ya lo corregiré»: esto es, simplemente, inmoral, y puede causar grandes daños a los demás y a mí mismo, y a menudo ya no hay corrección posible. Recuerdo haber leído una vez la historia de una colisión de aviones, de la que se dio cuenta el controlador aéreo que los estaba guiando, pero solo tuvo tiempo de decir «¡Oh, Dios mío!». En todo caso, si me he equivocado, debo rectificar: primero, en mi interior (´reconocer que me equivoqué), luego, ante los demas (porque tienen derecho a saberlo), y tercero, ante los perjudicados (tratando de compensar el daño causado, cosa que muy pocas veces hacemos). Polo está pensando más bien en una conducta: el hombre es como una flecha que va hacia su objetivo, pero no está seguro de dónde está ese objetivo y cómo alcanzarlo, de modo que tiene que ir rectificando continuamente. Empecé a tratar a los demás con arrogancia, porque me parecía que eso era lo propio de un jefe con éxito, pero me he dado cuenta (quizás me lo han dicho otros) de que esa era una conducta errónea, de modo que ahora procuro ser dialogante, simpático… Me parece que ese es el mensaje de Polo. Algo muy alejado de la concepción que tienen muchos sobre la ética, como un conjunto de normas o restricciones. Lo de Polo es más humano, claro.