No sabemos poner orden en nuestras prioridades

Leo un interesante artículo de Yuval Levin en The New Atlantis (aquí, en inglés), titulado «Poniendo en perspectiva la salud«. No suelo leer cosas sobre temas médicos y hospitalarios (la vida no me da para tanto), pero el título de este artículo sugería temas de más calado. Y así fue. Levin comenta lo difícil que es, para nuestra sociedad, llegar a valorar convenientemente los temas relacionados con la salud, porque la idea de que evitar al dolor, prevenir la muerte y mejorar la salud se ha convertido en el primer objetivo de nuestra vida. Me parece que muchos, la mayoría, estaríamos de acuerdo sobre esto, y los que no lo están dirán que, de todos modos, eso es lo que piensan sus conciudadanos, y no solo ahora, sino desde hace unos siglos -que Levin hace remontar a Maquiavelo, Hobbes, Locke y otros pensadores, y no solo en la filosofía, sino también en la ciencia en general, y en las ciencias de la salud en particular.

Levin hace notar que es en nuestro tiempo cuando hemos empezado a entender las consecuencias profundas de esa preeminencia indiscutida e indiscutible de la salud sobre los otros objetivos de la vida. «El equilibrio en la búsqueda de la salud contra la búsqueda de otros bienes [es] un equilibrio que nuestra sociedad está especialmente mal preparada para comprender, por el valor tan alto que hemos puesto en la salud». Y discute dos temas de reciente discusión. Uno es la cuestión de la investigación con células madre, con el coste de los embriones que se destruyen. Ese debate se presenta, a menudo, en términos de si los embriones son o no seres humanos, es decir, merecedores de un trato digno, pero Levin señala que, de hecho, lo que hay debajo es la cuestión de si hay otro derecho (el derecho de los no nacidos a ser respetados, es decir, a ser tratados en un plano de igualdad con los ya nacidos), frente al derecho, hasta ahora incuestionado, a la salud por encima de todo.

El otro tema es el debate sobre el estado del bienestar aplicado a la salud (el health-care debate, en terminología norteamericana). En ese debate unos argumentan que no se puede dejar sin atención sanitaria gratuita a los millones de ciudadanos que ahora no tienen acceso a ella, mientras que otros señalan el enorme coste de esa protección, con lo que tiene de riesgo para al nivel de vida de los ciudadanos futuros. De nuevo, un conflicto de derechos: la atención de todos hoy, en condiciones de igualdad, por un lado, y la atención de todos hoy frente a la atención de todos los que vendrán mañana. «La trayectoria de esos costes, en relación con todas las demás partidas del gasto del gobierno, muestra lo difícil que es, para nuestra sociedad, dar una ordenación adecuada a sus prioridades».

Ante este planteamiento caben varias reacciones. Una es decir que nuestra sociedad ya ha decidido democráticamente tal o cual solución. Otra es decir que no hay derecho a poner unos criterios supuestamente éticos por delante de unos criterios científicos (Levin hace notar que, en el caso de la investigación con células madre lo que tenemos es no son resultados concretos, sino la esperanza, más o menos fundada, de alcanzarlos). Otra es volver a la discusión entre defensores de la vida del no nacido y la salud de los ya nacidos, o entre la salud de los no protegidos frente a la resistencia de los ricos a pagar para que ese derecho llegue a los pobres. Lo que Levin hace, me parece, es dar un paso atrás, para ganar en perspectiva: estamos comparando unos derechos humanos básicos con otros derechos humanos básicos, y dar una prioridad absoluta e incondicional a uno de ellos sobre los demás no garantiza que la solución alcanzada sea la más justa, ni la más sostenible en el tiempo, que viene a significar la más justa también para las generaciones futuras. Reconozco con Levin que este debate es enormemente difícil. Pero, mientras no lo pongamos sobre la mesa, estaremos mareando la perdiz, de unas elecciones a las siguientes, con una ley de un color ahora y otra de otro color después, casi siempre pensando en nuestro interés actual, que es el dominante, y sin querer reconocer la verdadera naturaleza de nuestro problema: ¿es nuestra sociedad la mejor sociedad que somos capaces de crear, para nosotros, para los demás de nuestra generación y para los de las generaciones futuras?