Benoit Coeuré es un miembro del Comité Ejecutivo del Banco Central Europeo, a quien ya he citado otras veces sobre el tema del «contrato social» que liga, o debería ligar, a los países y los ciudadanos de Europa. Leí hace poco un discurso suyo sobre ete tema (en inglés), del que me gustaría destacar algunas ideas. Porque ya he dicho otras veces que me preocupa, y mucho, la falta de cohesión que percibo en Europa, de nuevo entre países y entre ciudadanos. Coeuré hace notar que el «contrato social» vigente hasta la crisis ha saltado por los aires, porque nuestros gobiernos (y también el sector privado) han acumulado demasiadas promesas a sus ciudadanos, que ahora no pueden cumplir, de modo que hay que buscar soluciones, precisamente ahora, cuando no tenemos tiempo para hacer replanteamientos globales, y cuando nuestra riqueza y nuestros recursos han sufrido un recorte que dificulta montar aquella revisión del contrato sobre una base económicamente sólida: no tenemos tiempo, ni podemos comprarlo.
Coeuré hace notar que el contrato social dentro de cada país tiene dos dimensiones: entre generaciones y dentro de cada una de ellas. La crisis ha puesto de manifiesto que estamos llevando a cabo una redistribución de recursos, de las generaciones futuras a las presentes, como pone de manifiesto la acumulación de deuda, es decir, de obligaciones sobre nuestros hijos, que nosotros les imponemos sin contar con ellos. Y dentro de cada generación nos encontramos con problemas de justicia y de solidaridad, porque el reparto de las cargas no es equitativo.
Entre países, Coeuré ve el problema con dos dimensiones, una vertical y la otra horizontal. Esta última hace referencia a los derechos y deberes de cada país miembro de la Unión Europea (UE) respecto de sus socios; la dimensión horizontal hace referencia a los derechos y deberes de los ciudadanos con sus respectivos gobiernos. Coeuré hace notar que el contrato social obliga a todos los países miembros; que la moneda común no es algo que uno pueda usar o tirar a voluntad, sino que lleva consigo deberes para con todos los demás, lo que establece límites –libertad negativa, la llama– a lo que puede hacer un gobierno sin contar con los demás, y concluye que hay que fortalecer las reglas y las instituciones comunes, que son el sustrato legal de ese contrato social europeo. Y como los incentivos de los gobiernos para cumplir o dejar de cumplir esas reglas comunes han cambiado, hay que crear, dice, mecanismos de apoyo al área euro, lo que supone más control y una gobernanza más estricta. La conclusión que él extrae de esto, y que me parece muy importante para el diseño de los mecanismos de la «futura Europa», es que, si un país cumple con las reglas comunes, debe tener derecho al apoyo de los demás cuando lo necesite. De este modo, los países que sufran una crisis podrán llevar a cabo reformas costosas a cambio de la ayuda financiera común, y «esto beneficia a las dos partes, preservando el carácter nacional de la decisión, al tiempo que protege a la zona euro más amplia, al reducir los riesgos derivados de políticas económicas equivocadas».
Coeuré concluye con tres consideraciones finales. Una: donde hay un amplio campo de acción de los países para desarrollar las políticas que cada uno desee, debe haber un papel supervisor para Europa. Dos: las políticas que cuadran mejor en el ámbito europeo deben ser eso, políticas europeas –y señala la unión bancaria como un ejemplo emblemático. Y tres: la Unión Europea debe prestar más atención a su legitimidad, no cortocircuitando al Parlamento Europeo. «El contrato social entre la UE y sus ciudadanos debe ser reequilibrado de varios modos: conectando a las personas con los procesos políticos a nivel europeo; haciendo que el Parlamento Europeo sea más relevante para las vidas de las personas; dando a los parlamentos nacionales un papel más explícito a la hora de hacer responsable al proceso europeo de toma de decisiones, y publicitando los debates sobre la futura Europa, de modo más amplio y transparente en la esfera pública».