Añado un comentario rápido a los dos posts que he escrito en días pasados sobre la señora Thatcher (aquí y aquí). Después de haber comentado lo que me parecen fueron sus éxitos, y haber apuntado brevemente sus errores (brevemente, claro, porque me gustan más sus éxitos: ¿se nota, no?), quiero señalar un error que, me parece, se puede calificar de filosófico, de concepción de la persona y de la sociedad. Su postura la recordaba Samuel Brittan en el Financial Times del 19 de abril, en un artículo titulado, significativamente, «Thatcher tenía razón: no existe eso que llamamos sociedad». Brittan cita cita unas frases de un discurso de la señora Thatcher: «Creo que estamos en un periodo en el que muchas personas parecen pensar que cuando tienen un problema, es el gobierno el que tiene que solucionarlo. ‘Tengo un problema. Recibiré una subvención. No tengo casa, el gobierno tiene que darme una casa’. Trasladan sus problemas a la sociedad. Y no existe eso que llamamos sociedad. Hay hombres y mujeres individuales, y hay familias. Y ningún gobierno puede hacer nada si no es mediante las personas, y las personas tienen que preocuparse de ellas mismas en primer lugar. Es nuestro deber cuidar de nosotros mismos, y de nuestros vecinos. La gente tiene sus derechos en la cabeza, sin considerar su obligaciones. No existe eso que llamamos derechos, a no ser que alguien tenga primero una obligación».
Me gusta la posición de la Thatcher. Como expliqué en mis entradas anteriores, la actitud que ella denuncia era la de muchos ingleses en 1979. Y esa es también la de muchísimos españoles (y alemanes, franceses, italianos, portugueses, griegos, chipriotas…) hoy en día. Nos hemos lucido a la hora de crear «derechos». Pero esos derechos significan que alguien adquiere una obligación. ¿El Estado? El Estado es solo un intermediario: al final, son los otros ciudadanos los que tienen que pagar por nuestros derechos. Y esto va contra la estabilidad financiera de las cuentas públicas: eso es lo que queremos decir cuando decimos que el Estado del bienestar, tal como lo conocemos hoy, no es sostenible. Y, más importante, eso va contra un principio que me parece fundamental, y que la señora Thatcher explicaba en las palabras que he reproducido antes: la primera responsabilidad ante las necesidades de una persona o de una familia es de ella misma.
¿Dónde está el error de Thatcher y de Brittan? En afirmar que no hay algo que se puede llamar «sociedad«. De entrada, ya hacen una excepción: la familia. Y más adelante otra: los vecinos. El problema, me parece a mí, es que confunden la sociedad con el Estado. Fíjense bien el salto, en las frases que he reproducido antes: primero habla de que el gobierno tiene que resolver sus necesidades, y luego dice que «trasladan sus problemas a la sociedad». Pero la sociedad no es el gobierno. Este es un fallo frecuente entre mis colegas liberales: el individualismo metodológico, muy lógico (el sujeto de la acción humana es la persona) les lleva a negar una dimensión social en el agente (bueno, salvando a la familia y quizás a la comundidad local, como hace la Thatcher). La sociedad no es sino la suma de individuos (empezamos en Hume y Locke y acabamos en Hobbes). El Estado está para resolver los problemas de la convivencia (el contrato social, sin el cual el hombre es un lobo para el otro hombre: Hobbes). Pero el Estado no tiene derecho a ir más allá.
Claro que si introducimos la sociedad entre el individuo y el Estado, el panorama cambia. Para la señora Thatcher es muy difícil encontrar un papel para esa sociedad, si esta no es sino la suma de individuos que buscan solo su interés personal. Para los socialistas, no hace falta esa instancia intermedia: de nuevo no hay nada entre el individuo y el Estado, pero ahora es el Estado el que se hace cargo de todos aquellos derechos que la señora Thatcher negaba. La sociedad, claro, rompe esa dualidad, porque el hombre tiene un a dimensión social, que le exige preocuparse, primero, de sus propias necesidades; luego, de las de su familia y de su comunidad local, y, finalmente, de ese conjunto que llamamos sociedad, porque vivimos en ella, la necesitamos, nos desarrollamos en ella y, en definitiva, porque lo que beneficia a la sociedad forma parte de mi beneficio. Eso es lo que llamamos el bien común. Que, por supuesto, no significa desmontar lo que la señora Thatcher criticaba: el bien común no consiste en mantener el sueldo de los médicos que se manifiestan cada día en nuestras calles, ni en acudir rápidamente en ayuda de todo el que la pida, ni en sanidad pública, gratuita y moderna para todos… aunque solo sea porque esto impone cargas excesivas a otras personas (al final, la sociedad acaba también en las personas que la forman) y, como vemos hoy en día, es insostenible.
Me pregunto si con la huelga de controladores aereos de hace unos años no habría sido ideal tener a un Thatcher entre nuestro gobierno. Pepiño no estuvo mal del todo, pero al final parece que las consecuencias de dejar a decenas de miles de personas atrapadas en los aeropuertos a las puertas de un macropuente han quedado en nada…
Hombre claro que han tenido consecuencias, entre otras la regulación a la baja de sus convenios laborales estratosféricos y algunos juicios que siguen pendientes más las indemnizaciones que no ha quedado claro quien las tiene que pagar…
Con lo visto en la historia de América Latina, soy un convencido de que el estado tiene que ser juez y gendarme solamente. Claro que esa posición se vuelve débil cuando las potencias hacen políticas proteccionistas, el libre mercado deja de operar y los países dependientes se ven perjudicados.
Soy un gran admirador de la Dama de Hierro, muy interesantes los artículos.
Pero entonces, cuál es el fundamento que permite aceptar esta dimensión social con la familia, o los vecinos, y no con el conjunto del planeta?
Si me preocupo en llevar un trozo de pastel al vecino por el cumpleaños de mi hijo, por qué iba a comportarme de una forma diferente al gestionar una empresa dedicada a extraer petróleo de un yacimiento marino, con un elevado riesgo de contaminación?
Si en un caso me preocupan los costes y beneficios sociales, por qué no iban a preocuparme siempre? Tal vez por el coste que suponen las posibles consecuencias? (si fuera así, entonces el aspecto social sería realmente secundario, no?)