Todo es posible, a la hora de regular el sistema financiero

A la hora de cambiar la regulación de algo, es muy frecuente oír que «esto no es posible». Cuando alguien le diga que «esto no es posible», pregúntele por qué. Si le explica que es físicamente imposible, admítalo (si el argumento es convincente, claro). Pero en el mundo de las actividades de los hombres, casi todas las imposibilidades son… posibles. Imposible significa, en ese caso, que «si no cambiamos otras cosas, eso no será posible». O que «no me interesa que eso se lleve a cabo». O que «alguien con poder nos lo impedirá». Le aconsejo seriamente que tenga en cuenta estos argumentos, porque, si quiere usted que algo sea realidad, se va a encontrar con esos problemas: algo que no queremos (o que otros no quieren) que cambie, algo a lo que otros se opondrán, algo que a nosotros mismos no nos interesa… Pero esa es una imposibilidad práctica: es demasiado complicado, o costará muchos esfuerzos, o al final no valdrá la pena… Pero no es imposible.

Pondré dos ejemplos, ambos tomados del Financial Times del 15 de mayo de 2013. Uno es referente a las discusiones en la Unión Europea (UE) sobre el estatus de los depósitos bancarios en caso de quiebra de un banco. Una postura que parece bastante general en la UE es que los depósitos deben mantener su consideración privilegiada ante los accionistas (estos, claro, deben ser los primeros que pierdan, en caso de quiebra) y los bonistas. El Reino Unido y Dinamarca parece que se oponen, diciendo que esto desanimará la demanda de bonos, porque su riesgo, en caso de quiebra del banco, será mayor. Concedido. Pero lo que esto quiere decir es que alguien tendrá que cambiar su manera de pensar, añadir un poco más de riesgo a los bonos, y buscar otras formas de financiación. No es imposible.

El otro ejemplo es de una carta al editor del mismo periódico, también del 15 de mayo. El autor de la carta, de una entidad financiera británica, recuerda que la propuesta de ampliar los requisitos de capital de los bancos «demasiado grandes para quebrar» (o sea, que si quiebran producen perturbaciones importantes, sistémicas, en otras entidades, hasta el punto de poner en peligro todo el sistema financiero de un país o del mundo) significa que reconocemos que, efectivamente, son demasiado grandes para dejarles quebrar, de modo que… estaremos garantizando que, hagan lo que hagan, por mal que lo hagan, alguien (los pagadores de impuestos, en última instancia) saldrá en su ayuda. Pero eso era lo que queríamos evitar –porque, además, es imposible garantizar, por la vía de aumentar el capital requerido en un banco, que ese banco no quebrará. La recomendación del autor de la carta es clara: hay que crear un sistema creíble de recuperación y, en su caso, de cierre de un banco demasiado grande para quebrar, de modo que cierre… sin provocar aquel problema sistémico que todos tememos. Esto es posible, claro, aunque digan que es imposible los propios bancos interesados, otras muchas entidades financieras que dependen de ellas, muchos expertos, los políticos, los reguladores y controladores…

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