Había olvidado mencionar aquí mi último artículo, publicado en El Periódico el 20 de junio, con el título de esta entrada, «Panorama para después de la crisis». No es una predicción, de las muchas que se hacen ahora, sobre cuándo saldremos de la crisis, sino una reflexión sobre lo que nos espera después de la crisis.
Tiene dos motivaciones: la frecuencia con que en los medios de comunicación se habla ahora de esa salida de la crisis, y la noticia de que el Banco Mundial ha reducido sus previsiones de crecimiento mundial, sugiriendo que vamos hacia lo que se llama a menudo un «nuevo normal«, una realidad que será distinta de la del pasado y, concretamente, de los felices años de la burbuja, la euforia y el auge.
Apunto algunas ideas de ese «nuevo normal». Podemos crecer menos, porque somos más pobres, hemos perdido mucha capacidad productiva, utilizamos muy mal nuestros recursos, hemos echado por la borda mucho capital humano al reducir el empleo y mucho capital productivo con el cierre de tantas empresas. Y estamos muy endeudados, y lo estaremos durante años, lo que nos obliga a ser austeros, por mal que nos caiga esta palabra.
Este panorama, que reconozco poco atractivo, pretende ser optimista, al menos en un sentido: es, o pretende ser, realista y, por tanto, es una invitación a actuar. «Yo lo haremos cuando las cosas mejoren», me dice el lector. No: ya han mejorado, estamos en este «nuevo normal». Y, muy importante, estamos nosotros al mando de nuestro barco.
Lo que debemos hacer no depende de que Europa nos dé dinero, ni de que el Banco Central Europeo fomente el crédito a las pymes, ni de que el gobierno acierte… Depende de nosotros, de las empresas y de los ciudadanos. Es –ya lo he dicho muchas veces– la hora de las reformas.
Estoy totalmente de acuerdo, mucha gente piensa que salir de la crisis es volver a lo anterior, a las vacas gordas. Hay que ir pensando que, aunque dejemos de hablar algún día de la palabra crisis, la nueva etapa que se nos avecina será muy distinta a la que vivimos antes de la crisis.
No solo de acuerdo con el artículo sino que agregaría que además de hacer bien lo «de siempre» nos falta efectuar los cálculos correctos.
Con eso quiero decir que las soluciones a las ecuaciones numéricas de la economía son números complejos y de nada sirven las co-integraciones -y demás- si no empezamos por el ciclo (que es la representación gráfica del número complejo).
Al final, todo culmina en el sincronismo, es decir, en poner y exigir los acuerdos. Creo que eso es lo que falló y seguirá fallando, porque requiere no sólo de hábitos: “saber hacer”; sino más que nada de virtudes: aceptar los requerimientos de otros.