Tuve conocimiento hace unos días de un libro, editado por Peer Hull Kristensen y Kari Lilja, y titulado (en inglés) Capitalismo nórdico y globalización: Nuevas formas de organización económica e instituciones del bienestar (Oxford University Press, 2011). Desde hace años me vienen interesando los modelos del estado del bienestar en los países nórdicos, porque están llenos de sentido común (con sus errores, claro, como los tenemos todos). Pero de este libro me gustó, sobre todo, el planteamiento abierto, innovador, de esas instituciones. Y, claro, me pregunté si no podríamos hacer algo parecido con nuestro país.
La idea de fondo es muy atractiva. Se trata de que las instituciones del estado del bienestar sean «facilitadoras», que fortalezcan y apoyen las capacidades de los ciudadanos para hacer que esas instituciones se adapten continuamente a las nuevas necesidades. Por decirlo así: no tener un sistema de pensiones en el que yo aporto y al final de mi vida laboral cobro, sino en el que mi aportación y mi cobro se adapten a las necesidades mías y de la sociedad, incluyendo temas de sostenibilidad del sistema, de nuevas necesidades de los ciudadanos, de avances tecnológicos, etc. Y la clave, claro, está en los mecanismos de gobernanza de esas instituciones que, me parece, deben ser innovadores, adaptativos, basados en un profundo sentido de responsabilidad social, dialogantes… Por decirlo así: no se trata de conseguir solo que los jubilados puedan cobrar cada mes, sino de que yo, como responsable del servicio, esté siempre atento a sus necesidades, a los cambios en el entorno, etc. Y eso, claro, lo hemos de resolver entre todos: primero lo jubilados, luego los trabajadores que pagan las cotizaciones sociales, después los funcionarios…
Esto es un reto formidable, claro, entre otras cosas porque la trayectoria de esas instituciones es impredecible. El acuerdo que hoy funciona puede dejar de hacerlo mañana, y habrá que cambiarlo de manera natural, probablemente a partir de lo que ahora funciona, sin traumas…
Lo que los autores pretenden mostrar es, en definitiva, que no existe una incompatibilidad entre el estado del bienestar y la eficiencia económica. Que la globalización no impide que el estado del bienestar sea eficiente y justo. Que no debe haber barreras ideológicas, como la separación entre el sector público y el privado, ni entre el nivel central y el nivel local; que hay que contar con el gobierno, las empresas y las organizaciones sin fines de lucro…
En un momento determinado, uno de los autores menciona los cambios en esas organizaciones que el modelo exige: difuminar los niveles jerárquicos, fomentar la integración entre unidades y la coordinación de funciones que antes estaban separadas, aumentar de manera dramática, dice, el núimero de conductas que no están sujetas a reglas (autonomía), contratar y promover a personas que sean creativas y que «sientan» su trabajo, cambiar las tareas hacia equipos flexibles, y fomentar la diseminación de la información. Me gusta todo esto.
Lamento parecer pesimista porque no lo soy pero … primero hay que resolver la eficacia económica que deriva necesariamente por el sincronismo cuantitativo es decir, de equipos que producen. Y gracias por los datos de los autores y por dejarme intervenir hasta ahora.
Muy acertado , conciso , una apreciacion justa para aceptar la evolucion social, politica y economica de nuestro mundo globalizado,el ser humano en primer lugar en el orden de todas las cosas,excelente apreciacion, es de esperar que quienes gobiernan hagan la cesion de autoridad hacia la participacion en busca de soluciones y desarrollo de sus pueblos.