Leí hace tiempo que, cuando aún estaba en vigor la pena de muerte en Gran Bretaña, un ciudadano intentó cobrar el seguro de vida de su padre, que había sido ahorcado por varios crímenes, poniendo en el apartado de causas de la muerte del formulario correspondiente: «hundimiento de un estrado en una ceremonia oficial». Era verdad, claro. De algún modo esa era la causa de la muerte. Pero probablemente no la causa principal. Ni, desde luego, la única. Ni la que necesitaba saber la compañía de seguros.
¿Cuál es la causa de la crisis que vivimos? Sin lugar a dudas, un fallo en la regulación del sistema financiero. Sin lugar a dudas, una mala gestión del riesgo en las instituciones financieras. Sin lugar a dudas, la codicia de los directivos de la banca. O la codicia de otros muchos ciudadanos. Y una política monetaria demasiado expansiva en la primera mitad de los setenta. Y las mentiras del gobierno griego sobre su déficit. Y la irresponsabilidad de los que se endeudaron sin pensar en las consecuencias. Y la misma estructura de nuestro sistema económico capitalista. Y… añada el lector las causas que quiera.
Todos dicen la verdad. O, al menos, una parte de la verdad. A veces, una parte pequeña, pero es verdad. No hay respuestas sencillas. Cuando yo era (más) joven, era frecuente preguntar a gritos a un amigo, en un lugar concurrido, como un autobús: ¿ha dejado tu padre de pegar a tu madre? Si respondía que sí, es que antes le pegaba; si respondía que no, es que seguía pegándole. No había una respuesta sencilla.
Reconozco que a mí me gustan las respuestas, digamos, sistémicas, que hacen referencia a grandes tendencias o al funcinamiento de los sistemas; son bastante más esclarecedoras que lo del hundimiento del estrado, pero se prestan más a la manipulación ideológica. O a sacar conclusiones apresuradas. Y, sobre todo, a la hora de buscar soluciones, las grandes respuestas no son muy clarificadoras. Si nos parece que la codicia de los banqueros es la causa de la crisis, esto no nos va a orientar mucho sobre cómo resolvemos la falta de crédito que ahora sufrimos.
Antonio Argandoña es Profesor Emérito de Economía del IESE.
Hola Antonio,
llegados a este punto en el que pensamos que la culpa siempre es de otros, necesitamos un líder. Un líder en cada uno de nosotros: http://jorgesegado.com/2013/03/25/necesitamos-un-lider/
Un abrazo.