Escribí con ese título en El Periódico del pasado 18 de julio. El artículo es, en parte, consecuencia de una discusión con los participantes en un programa del IESE, a los que les explicaba días atrás las causas de la crisis financiera, causas que a ellos no les parecían adecuadas. Balance en mano, les decía, un banco entra en dificultades cuando sus clientes no le devuelven el dinero y el valor de sus activos se reduce. Pero lo que ellos esperaban escuchar era la conducta irresponsable de los banqueros y la dejación de deberes de los supervisores y gobiernos. Tanto ellos como yo teníamos razón; su explicación era más profunda y atractiva, aunque también más discutible y menos precisa. Y, sobre todo, en ese nivel de profundidad no sé qué decirles. Porque «cambiar la cultura corrupta» de nuestros políticos o «introducir mayores dosis de responsabilidad en nuestros banqueros» me parecen muy bien, pero no van a resolver hoy el problema de la solvencia de nuestras instituciones financieras. Claro que es verdad que con remedios puramente técnicos no resolveremos el problema de fondo, ni evitaremos que se repita en el futuro, pero, a corto plazo, lo que me interesaba a mí era explicar por qué nuestros bancos habían tenido una crisis de solvencia, cuáles son los remedios ordinarios a ese tipo de crisis, cómo se habían aplicado en España y qué resultados cabía esperar.
Lo que acabo de explicar no es el núcleo de mi artículo en El Periódico, que arranca de la abundancia de explicaciones de la crisis, ya mencionada, para explicar luego que hay también un amplio debate sobre «lo que hay que hacer», desde el plano técnico, pero también desde el de las ideas y las filosofías. Y digo que ese debate es muy bueno, precisamente porque nadie tiene «la» verdad sobre lo que pasa ni, por tanto, las soluciones adecuadas. Y añado algunas consideraciones sobre esa variedad de posiciones. Desconfíe, digo, de los que atribuyen a otro (los banqueros, por ejemplo) todos los males; como decía Talleyrand, «no tiene razón: gritan demasiado». Desconfíe, añado de los que no reconocen las limitaciones de sus propias recomendaciones, lo que podríamos llamar mesianismo iluminado. Y desconfíe también de las soluciones voluntaristas, que no tienen en cuenta que los seres humanos somos limitados, nos equivocamos, y seguiremos cometiendo errores a pesar de que acabemos comulgando con las ideas de nuestros salvadores. Olvidar esto no slleva a la tiranía. Y acabo recomendando humildad intelectual y respeto al que piensa distinto, que quizás se mueva por intereses oscuros y censurables, pero que quizás tenga otra visión distinta de la nuestra, que puede ser incluso mejor que la nuestra o que, al menos, merece ser escuchada.
Con todo esto no saldremos ahora de la crisis, pero, al menos, estaremos creando las bases para un país mejor en el futuro. O así lo espero.
Para cambiar el mundo recordemos las grandes teorías económicas anteriores. En el siglo XIX, Ricardo concluía que el factor capital era solamente el que producía renta. La tierra como factor económico de la oferta agregada no daría renta porque habría una sustitución a tierras más productivas en alimentos. Me parece que durante el siglo XX el factor trabajo se ha convertido en un coste fijo, como el factor tierra anteriormente. Si la hipótesis sobre el factor trabajo fuera contrastable, entonces habría que ir hacia un modelo económico distinto al socialista-muro de Berlín y capitalista-nacionalización hipotecaria: Fannie Mie –Freddie Mac. Modelo, donde cada persona y no la clase, tuviera los tres factores productivos clásicos, en una proporción superior al 10,00%, pongamos por caso.-
El criterio que rige es atornillarse en alguna silla para tener un sueldo «ingreso seguro» mensual. Nadie dice que esto sea malo. Lo malo está en poner a alguien que no sabe por encima de alguien que sabe más.
A esto se llega cuando se trata del hijito de papá que termina destruyendo la institución como lo hizo en la casa de papá.
Los sueldos son números. Son secundarios, pues tener virtudes (morales) y hábitos (operativos) es primero y segundo respectivamente. Por eso es más fácil medirlos, pues son números, repito. Las virtudes y los hábitos son más difíciles de medir pues las primeras están en los hombres buenos y las segundas en los expertos y ¡vaya usted a saber si tiene alguno en su institución!
Los números, ya se sabe, no se pueden medir con criterios continuos como la utilidad marginal pues son entidades que requieren continuidad y eso no existe.
Es más, Todo cambia y debe regirse por la causa eficiente que «pugna» con las abstracciones generalizadas y a esa pugna Polo la llamó número cuando se aplica a cosas materiales, físicas como son los bienes y servicios.
El sueldo directivo (y todos los demás) tienen que satisfacer una dinámica de producción y distribución numéricamente consistente, que se derive después de saber quién ocupa qué cargo, pues eso es anterior. Pero es dinámico porque los q
(algo pasó que se publicó sin querer, esto también pasa) … que dirigen deben asegurar el sincronismo o por lo menos saber cómo hacerlo.
Para las virtudes es el liderazgo y para los hábitos es la dirección ejecutiva. Pero los sueldos son números tienen que corresponderse dinámicamente con todo el sistema y eso no se sabe hacerlo porque se han quedado en el XVII.
La propia contabilidad se ha quedado en la forma de registro que tiene desde el XVI. Increíble. Gracias y saludos.