Para la salud del que mata. Un corto artículo de Gideon Rachman en el Financial Times del 11 de julio (aquí, en inglés) lo recuerda. En Estados Unidos, en 2012, cáda día se suicidaron, en promedio, 22 veteranos de guerra. El autor recuerda el mensaje dejado por uno de los suicidas, Daniel Somers: había intentado volver a la vida normal y no lo consiguió. «El hecho es que cualquier tipo de vida normal es un insulto para los que murieron en mis manos».
Unas veces es el sentido de culpabilidad por haber matado a militares o a civiles. Otras, por haber sobrevivido a los compañeros que murieron, o quizás por haber matado a compañeros bajo «fuego amigo».
Llama la atención también, dice Rachman, «el contraste entre esos hombres echados a perder por la guerra y las conciencias no perturbadas de los que les mandaron en la batalla«. «Parece surprendente que aún actuemos bajo el supuesto de que podemos mandar a hombres y mujeres a la guerra, y esperemos que vuelvan y puedan reanudar su vida normal».
La conclusión a la que llego al leer esto es que los seres humanos aprendemos, de nuestras propias acciones y de las de los demás, de nuestras motivaciones, y de los resultados, esperados y deseados o no esperados y no deseados, de nuestras acciones. La ética no puede ser ajena a esos aprendizajes. Ni consiste en una simple comparación entre costes y beneficios. Ni en la consideración de una acción concreta, independiente de todas las demás. Incluso nuestras neuronas se rebelan, cuando hacemos algo «muy gordo». Afortunadamente, diría yo. Si no tuviésemos estos mecanismos, acabaríamos como unos perfectos canallas, como las personas que pierden la sensibilidad en su piel acaban quemándose, porque su cuerpo no detecta el peligro.
Así es profesor. La vida es más que sólo eficacia o eficiencia o consistencia, en ese orden. Las tres van juntas y subordinadas. Pero la persona está por encima. Gracias, como siempre, por sus citas en el blog.
Me ha gustado mucho de su artículo la crítica a la «simple comparación entre costes y beneficios».
Cual es el coste de oportunidad de la vida de una persona? Se trata de una pregunta sin sentido porque no hay nada que pueda compararse con la vida de una persona (solo existiría un precio desde un punto de vista criminal).
Tal vez un razonamiento semejante al de su artículo podría realizarse para algunos bienes naturales o ambientales? Por ejemplo, cual es el coste de oportunidad del Parque de Doñana? La pregunta no tiene sentido porque la existencia de Doñana no puede compararse con nada más.