John Elster, profesor del Collège de France y de la Columbia University, publicó en Capitalism and Society un artículo titulado “Ambiciones excesivas” (volumen 4, nº 2, 2009). Es una crítica de algunos aspectos del desarrollo de la ciencia económica (y de otras ciencias sociales), que dio lugar a un interesante intercambio de opiniones con Pierre-André Chiappori, David Hendry y, en lo que aquí nos interesa, también con Ken Binmore, ya en 2013.
No voy a entrar aquí en los aspectos centrales de la crítica de Elster, que se dirigen al tratamiento de la elección racional en la ciencia económica, de un lado, y al uso de modelos matemáticos contrastados con métodos estadísticos, por otro, ni a su propuesta de prestar más atención a la behavioral economics como manera de soslayar algunos de aquellos problemas.
Las “excesivas ambiciones” de Elster hacen referencia a un planteamiento de fondo de los economistas, que Elster detecta y que me parece que exige alguna reflexión. “Algunos profesores creen, casi como un axioma, que la ‘ciencia social’ puede o debe llegar a ser una ‘ciencia’, según el modelo de las ciencias naturales” (p. 19). Esto exige una manera de elaborar la ciencia económica que se basa en supuestos teóricos rigurosos, pero probablemente alejados de la realidad (de ahí su crítica a los modelos de elección racional), unos desarrollos matemáticos de alto nivel, y una contrastación empírica en la que lo importante, dice Elster, es el despliegue del dominio técnico de la estadística y la econometría, a costa, quizás, de lo que debería ser su objetivo: comprobar si la evidencia empírica apoya o no a lo que sostiene la teoría.
“Mi observación personal de la situación académica en Estados Unidos, afirma Elster, me sugiere que los departamentos de economía, y cada vez más también los de ciencia política, están atrapados en un equilibrio incorrecto. El proceso de captura de la mente a que están sujetos sus estudiantes [se refiere, sobre todo, a los de doctorado] se debe, al menos en parte, a la necesidad que perciben de producir candidatos susceptibles de ‘casarse’, o sea, de ser contratados [por departamentos similares de otras universidades]” (p. 20). “En la medida en que un estudiante concreto se vea asaltado por dudas ocasionales [sobre esa manera de trabajar], como no dejará de ocurrir, porque son humanos, le bastará echar un vistazo a lo que sus colegas están haciendo para rechazar sus dudas o, al menos, para no airearlas. Esto me lleva al segundo mecanismo de interacción, la ignorancia pluralista” (p. 21). Ambos mecanismos, captura de la mente e ignorancia pluralista, interactúan para continuar la tendencia.
El problema es complejo, y me parece que podría presentarse así. De un lado, hay varias maneras de concebir lo que debe ser la ciencia económica. Una de ellas se ha convertido, de algún modo, en la dominante: la que considera que la economía es una ciencia comparable con la física (se habla a veces de la “envidia de la física”: Elster, p. 19), con supuestos propios, con su propia manera de concebir la acción humana y la racionalidad humana, que no tiene nada que aprender de otras ciencias, como la psicología, la filosofía o la ética, que se construye sobre modelos matemáticos sofisticados y que es objeto de una contrastación empírica también sofisticada, como ya hemos dicho.
Esta manera de “hacer economía” ha arraigado en los programas de doctorado de las mejores universidades. Un buen alumno ha de trabajar dentro de ese paradigma, porque se le va a juzgar de acuerdo con las reglas del mismo. Hacer buena investigación significa escribir artículos que se conforman a esas reglas, y que son publicados en las mejores revistas de la especialidad, en las que no tienen cabida artículos que no respondan a ese paradigma (interpretado en sentido amplio, no solo como escuela o doctrina). Cuando esos alumnos acaben su brillante doctorado, podrán ser contratados en universidades de prestigio, en las que se les pedirá que sigan escribiendo esos artículos de alto nivel, de modo que “el gremio de los economistas y de los de la ciencia política de alto nivel forma un bastión impenetrable de profesionales cualificados que no creen en otras credenciales que en las suyas propias. Si escolares prestigiosos quisieran denunciar esto desde dentro de la tradición dominante (…) esto podría tener impacto, pero requeriría también que denunciasen sus propios éxitos anteriores y, por tanto, destruiría su propia reputación” (Elster, p. 22).
La crítica de Elster va dirigida, pues, a una concepción de la ciencia económica y de la investigación en economía, pero también a las revistas en que esa investigación se publica y a las universidades en que todo eso tiene lugar. Pero volveré sobre el tema en otro momento.
Enhorabuena profesor Argandoña. Ha dado en el clavo, y no solo pasa en economía, sino en muchas disciplinas como ahora la filosofía, algunos de cuyos profesores también hablan de ciencia filosófica, acaso para emular el prestigio de las ciencias experimentales, como si la filosofía no desbordara -o debiera desbordar- las calificaciones.
Gracias por su entrada profesor Argandoña. Yo creo ser uno de los mejores representantes de los «denunciantes» porque el fondo del problema es antropológico. LP (Leonardo Polo) define la ciencia como el hábito del juicio, es decir, un nivel por encima de éste. Le llama conmensuración con el juicio. Al final, LP afirma algo así como cuando Aristóteles dice que la bondad está en los hombres buenos, la ciencia está en los científicos. Es una radicalidad antropológica.
Pero uno de los detalles que no pasa nadie por alto, es que los intercambios económicos son numéricos; y eso es lo que yo denuncio. Desde la perspectiva antropológica también LP denuncia que la matemática es logos, pero no se reduce a la lógica. Sin embargo, tienen que poderse contrastar con la realidad como hipo-tesis. Eso es lo que ya fue estudiado por la física-matemática. Esa correspondencia número-realidad ya ha sido «ciencia» pero no desde hace mucho. Se inicia a partir del XIX, justo después de que Smith y Ricardo han sentado las bases que usted nos ha comentado arriba.
Los intereses creados por esta ciencia son tan cercanos al poder que es difícil que un científico de esas épocas Keynes por ejemplo, se pudiera salir aunque quiso hacerlo. De allí emerge la econometría como base contrastable, pero le faltó poner como podio a la justicia, pues en su época las virtudes estaban a la baja.
La economía es para los números como los números a la economía. Su fundamento tiene que ser antropológico y no psicológico ni sociológico. Por eso fallan las expectativas racionales, porque las expectativas son volitivas, se orientan a la persona desde sus virtudes no desde su racionalidad solamente.