Pido perdón al lector por lo que está siendo ya una larga sucesión de entradas que van presentando, una detrás de otra, críticas más o menos duras sobre el estado actual de la ciencia económica en los centros de mayor prestigio, críticas que se han dirigido finalmente al funcionamiento actual de la investigación en ciencias sociales en las universidades, también en España, todo ello de la mano de un artículo de Jon Elster del que he comentado solo una breve sección. Elster dice muchas más cosas, pero yo no pretendía entrar en las crisis a la manera de hacer ciencia económica hoy, sino solo en lo que podríamos llamar la sociología de la economía y la sociología de las universidades y de la investigación en ciencias sociales. Muy rápidamente:
- El debate sobre la ciencia económica, qué es, cuáles son sus fundamentos, etc., debe seguir abierto. Entiendo que muchos digan (yo mismo lo he dicho muchas veces) que es una pérdida de tiempo, pero el debate ya está ahí, y no podremos esquivarlo. No quiero inclinarme aquí por una postura u otra: solo me gustaría ver que esos temas son objeto de debate abierto. En el pasado ya hemos vivido unos cuantos, y la ciencia económica ha sobrevivido a todos ellos.
- En ese debate habrá que estar abierto a escuchar a todos, leer a todos y tratar de entender a todos. De nuevo, es una pérdida de tiempo, claro. Pero me parece que la crisis financiera reciente ya ha puesto sobre la mesa la cuestión de una crisis de la ciencia económica vigente.
- Ese debate no será posible si no cambiamos los incentivos. Un brillante alumno de un programa doctoral no perderá ni cinco minutos en ese debate, si esto supone retrasar un día la conclusión de su tesis doctoral. Los que ya peinamos canas quizás estaremos más dispuestos a entrar en ese debate, pero seguramente estaremos ya cansados, demasiado comprometidos con la manera de pensar que hemos desarrollado durante décadas, y un poco desprestigiados por la ciencia que hemos explicado o investigado. Claro que los seniors haremos falta, pero tenemos que mover a los juniors a entrar. Y ahora se lo hacemos prohibitivo.
- Las reglas del juego de ese debate no están escritas; habrá que diseñarlas sobre la marcha. Y, de nuevo, las barreras son formidables. Por ejemplo, ya han salido en estas entradas el juego de las revistas de primer nivel: si ellas no se abren al debate, este quedará limitado a lo que parecerá un pedaleo en revistas de bajo impacto.
- Y aquí nos encontramos con otras barreras: el prestigio de las revistas y cómo defenderlo, los intereses económicos ligados a ellas, los intereses de los editores y los referees, el juego de los rankings de revistas (con criterios que pudieron ser correctos al principio, pero que me parece que han dejado de serlo, en muchos casos)…
- Y el juego de los rankings de las universidades, al que me referí en otra entrada. Lo que estamos discutiendo, en definitiva, es un modelo de universidad que se ha impuesto, brillante y eficazmente, en las últimas décadas, basada en el predominio de la investigación sobre la docencia, en un tipo de ciencia sobre otros, en un tipo de profesor sobre otros… Pero las quejas son ya muchas. Porque los costes de esas universidades son sencillamente inasumibles por muchos alumnos –y por los gobiernos, si la enseñanza ha de ser subvencionada. Porque los costes privados (créditos) presentan riesgos crecientes, en un entorno en el que el crecimiento de los salarios de los licenciados no está garantizado, ni mucho menos. Y porque no sabemos si el modelo será socialmente sostenible.
Elster ofrece una idea para romper algunos de los círculos viciosos que han aparecido en estas entradas. Toma el ejemplo de la costumbre de los padres chinos de vender los pies de sus hijas, una medida cuyos costes personales y sociales eran brutales, pero que nadie podía romper, si no quería que sus hijas quedasen separadas del mercado matrimonial. Elster (p. 21) afirma que estos problemas se rompen con información. De acuerdo; yo lo llamaba un problema de diálogo, porque el diálogo empieza con la información.
Y sugeriría otro punto a considerar: ¿no habremos abandonado los otros objetivos de la universidad? ¿Ha de ser solo un centro de investigación avanzada? ¿Qué pasa con la docencia? ¿Se presta el modelo actual de universidad a desarrollar su función social?
Pido perdón al lector por estos largos posts. Pero me parece que el tema merece que le prestemos atención. Volveremos sobre él, claro. Y gracias por su comprensión.
Estoy de acuerdo, pero como docente me he encontrado con que los alumnos no les gusta que les aconseje más de un libro, ni más de una manera de resolver problemas matemáticos (Hago Calculus I en la UPF). Quieren un sólo libro en la bibliografia y que tanto los problemas como las soluciones sigan los mismos pasos. Con lo que me gustaría añadir esto a tu post: La culpa no sólo es de la universidad.
Gracias por insistir en un tema en el que hay que insistir, porque hay mucho en juego,
El profesor LP descubrió que las filosofías primeras son dos: metafísica y metahumanismo. Se dedicó a la segunda como todos sabemos, pero al precisarla, tuvo que dedicarse a la primera. Y además, tuvo que hacer física y humanismo como contrapartida a lo dicho. Decía que la universidad tiene que hacer filosofía y de allí «aterrizar» a los demás campos del saber. Como no hay quien lo haya mejorado o corregido, yo me rijo por sus patrones de medida.
Y es que así como para enseñar lo humano y lo físico, hay que ser más bueno (tener virtudes) y saber más (hábitos) que los que aprenden de uno; para matematizar la economía hay que tener patrones de medida más sólidos que los bienes o servicios producidos. No son los principios de súper simetrías o hipercuerdas de la física, pero la naturaleza del logos requerido para fundamentarlas es matemático y eso pasa por espacios, hiperespacios y co-contra-relaciones a las que la economía todavía no llega.
Mientras la política domine los números económicos, no salimos de la política. Solo si generamos una meta-libertad filosófico-económica podremos decir que MEDIMOS realmente lo que producimos. Para eso se requieren hábitos. Sobre todo el de juzgar numéricamente los bienes-servicios, que LP llamó ciencia, en este caso, económica. Todos los rankings y demás politizaciones del contexto son política, no economía.
Pero eso no obsta para que se haga política económica. Hay que saber ponerle el cascabel al gato.