Hace cerca de un mes el Financial Times publicó un artículo de Jeremy Grant titulado «Manteniendo la fortuna de la familia relativamente intacta» (aquí, en inglés). No me llamó especialmente la atención; era una descripción de empresas familiares de Asia que van bien, incluso al cabo de varias generaciones, pasando por procesos de sucesión, ampliación de negocios, entrada en nuevos productos y servicios, globalización y todo eso. Como suele ser típico, el periodista se curaba en salud citando también casos de empresas familiares asiáticas que han tenido problemas, y completando el análisis con casos de empresas familiares no asiáticas que han ido bien y, no podía ser menos, de otras que han ido mal.
Si menciono ese artículo es para traer a colación un comentario que me hizo hace unos días Marcelo Paladino, el Decano del IAE, la excelente escuela de dirección de empresas de la Universidad Austral de Argentina. Me comentaba que tenía ganas de estudiar los casos de empresas familiares no solo en su país, sino en toda América y en Europa. Porque, me decía, la parecía descubrir un cambio de actitud de los empresarios de grandes empresas familiares que, cansados de problemas con sus directivos contratados y mal entendidos por los analistas financieros, estaban dando un paso adelante para tomar más plenamente las riendas de sus negocios y desarrollarlos de acuerdo con la cultura que siempre les había sido propia: una cultura de sólidos fundamentos éticos, atenta a las personas, pendiente de los clientes, muy bien enraizada en la comunidad… Bueno, me pareció una noticia formidable. Y me preguntaba si también en España veríamos ese renacer de la cultura de la empresa familiar, como revulsivo ante la crisis.
Casualmente una de las tradiciones más arraigadas en las economías deriva de las empresas familiares. Adam Smith se formó en una de ellas. Uno de los grandes secretos de la economía es el crecimiento y éste se caracteriza por medirse a través de números. Por ello, medir mal los números es como colar el mosquito y tragarse un camello.
También los avances de Ricardo y Jevons fueron basados en Lagrange (obligado a estudiar matemáticas por su padre) que a su vez se basó en Hamilton y Euler, pero los grandes avances se dieron después, sobre éstos también, pero después. Riemann y Lorentz llevaron a la relatividad y Boltzman a la quántica. Los números cambiaron desde entonces y no volverán a hacerlo porque la generalidad no da para más.
El sincronismo es la cúspide de este desarrollo y si no se aplica a la economía, sus números no medirán correctamente. La antropología actual (la trascendental de LP) también llega al sincronismo del conocimiento pero por métodos suyos, de filosofía primera. Creo que no es “pura coincidencia”.
La familia es ejemplo de sobrevivencia sincrónica natural-social. Si no se estudia económicamente así, jamás serán precisos esos números.