Hace unos días me pidieron una intervención en una actividad del Grupo Catalán del Club de Roma, en un ciclo sobre «Crisis de valores y regeneración social». Hablé de «¿Qué podemos hacer con los valores de nuestra sociedad?». Lo que me gustaría comentar aquí es algo importante: los valores se pueden cambiar. A ello dediqué la segunda parte de mi conferencia; en la primera había presentado, precisamente, algunos «valores» que me parece no son los más adecuados para lo que nuestra sociedad necesita hoy.
En el plano personal, los valores se pueden entender de dos maneras: como ideales (lo que me gustaría ser) y como prácticas (lo que hago efectivamente). Acerca de los valores como ideales señalaba que necesitan dos cosas: información y formación.
Información: qué valores puedo estimar como deseables. Esto suena a muy teórico, pero no lo es si entendemos cómo nos llega esa información: cuando veo a mi padre trabajar con ahinco, a mi madre sacrificarse por sus hijos o a mi maestro cuidar el orden en los detalles, estoy aprendiendo que hay valores que conviene vivir.
Formación: ¿por qué he de vivir esos valores? Esa es la dimensión racional, que se aprende por reflexión, estudio, consejo… La laboriosidad es buena por un montón de razones, y es mejor que su contraria, por otras muchas razones, pero tiene límites, claro, por otras razones… Y todo esto lo he de conocer. Y lo mismo pasa con los otros valores. Probablemente el mejor medio para adquirir ese conocimiento no es asistir a un ciclo de conferencias, sino, quizás, preguntárselo a mi padre, que me explicará las razones por las que la laboriosidad es un valor.
La otra manera de entender los valores, como prácticas, consiste en hacerse capaz de vivir de acuerdo con los valores: entrenarse. Está muy bien afirmar que debo ser laborioso, pero si no lo he hecho en mi vida… no pasará de ser un deseo bonito, pero irrealizable.
Volveré en otro momento sobre estas ideas. Porque, como dije en la conferencia que mencioné al principio, si no nos gustan los valores que vivimos nosotros o que vive la sociedad a nuestro alrededor, o alguna de nuestras sociedades concretas (familia, club deportivo, empresa, partido político…), tendremos que cambiarlos. A no ser que practiquemos el relativismo que se atribuye a Groucho Marx, cuando decía: «estos son mis principios; si no le gustan, no se preocupe: tengo otros».
Predicar con el ejemplo (quizás un valor en si mismo) es, efectivamente, una buena manera de transmitir valores (información y formación).
Es esta una obligación de los padres en la familia, de maestros en las escuelas, de directivos en las empresas, y de políticos en la gestión de la cosa pública.
Muchas gracias, profesor, por sus siempre interesantes reflexiones y aportaciones.