El título me picó la curiosidad: «La capacidad de autogobierno y la resiliencia [capacidad de aguante y recuperación, podríamos decir] después de un desastre». Es un artículo de Laura E. Grube y Virgil Henry Storr en la Review of Austrian Economics (aquí, en inglés), ambos de la George Mason University. La tesis es muy atractiva: las comunidades (barrios, ciudades, urbanizaciones, grupos de vecinos, inmigrantes…) con más capacidad de autogobierno están más preparadas para hacer frente a una catástrofe y recuperarse después de ella. Los autores citan numerosos casos, y trabajan a fondo dos comunidades concretas: la comunidad María Reina de Vietnam, de católicos vietnamitas, y la de Gentilly, de afroamericanos de clase media, ambas en Nueva Orleans, a raíz de la catástrofe del huracán Katrina.
Tras la inundación y semidestrucción de la ciudad, miles de ciudadanos se refugiaron en otras localidades, pero muchos volvieron, sobre todo cuando otros de la misma comunidad supieron transmitir el mensaje de «nosotros volvemos y os esperamos». Y eso se produjo, como muestra el artículo, donde las comunidades habían desarrollado un capital social más intenso, donde compartían historias y perspectivas, donde estaban más dispuestos a ayudarse…
Es verdad que hubo mucha ayuda pública, pero esta no era lo fundamental, porque en otros lugares, con la misma ayuda, la respuesta no se produjo con la misma intensidad. Los funcionarios y políticos no tienen siempre los mismos incentivos, ni acceso al conocimiento local relevante. Toda comunidad tiene problemas cotidianos que resolver; si sus miembros son capaces de resolverlos por sí mismos (con la ayuda pública, cuando hace falta, pero resolviéndolos ellos), la comunidad es capaz también de resolver los problemas grandes que se presentan cuando todo se ha venido abajo.
El mensaje que los autores transmiten es que esas comunidades son importantes, más que las autoridades políticas. Y puede haber muchas, a nivel de calle, de barrio, de comunidad étnica o religiosa, que se superponen con otras comunidades y se integran en las de orden superior, que no tienen por qué coincidir con las administrativas oficiales. O sea: la iniciativa privada de ciudadanos solidarios, que cuidan de sus asuntos pero saben también atender a las necesidades de los demás, que saben dedicar tiempo y esfuerzo a algo que les interesa a ellos porque les interesa a todos (eso es el bien común), que comparten ideas, proyectos, conocimientos, historias, sentimientos…, resulta clave a la hora de resolver un problema ordinario (echar un vistazo a los niños que juegan en la calle para alejar a los vendedores de droga, o atender a los vecinos ancianos cuando no pueden hacerlo ellos mismos) y, claro, otro problema muy grande, como acoger a los que tuvieron que abandonar el barrio después de una desgracia, pelear por las nuevas necesidades de la comunidad y crear un proyecto común para todos.
Todo esto es relevante para el funcionamiento de nuestros pueblos y barrios, ante el paro, la droga, la falta de calidad de la educación o la atención sanitaria y miles de problemas más.