El lector ya sabe lo que viene ahora. A la pregunta de un par de entradas anteriores, sobre qué he de hacer para ser ético en la empresa, contesté, con palabras del filósofo Leonardo Polo, que hay que hacer el bien, cumplir las normas y practicar las virtudes. Ahora les toca el turno a estas últimas.
Hacer el bien está muy bien, pero si me dejo llevar por eso solo, acabaré buscando «mi» bien, lo que me cae bien, lo que me gusta ahora, y no lo que es bueno para mí y para los demás, ahora y más tarde. Por eso el bien se ha de matizar con las normas. Pero las normas pueden ser duras, pesadas, agobiantes… y la ética no puede ser así. Además, expliqué en la entrada anterior que podemos inventarnos excusas para no cumplir las normas; de ahí que haya que acompañarlas de los bienes. Pero, ¿y las virtudes?
Sirven para dos o tres cosas. Una: prepararnos para el ejercicio de actuar siempre con ética. Si un estudiante se ha pasado ocho meses sin abrir un libro, y tiene un examen pasado mañana, y no sabe nada, y tendría que quedarse en casa estudiando, y sus amigos se van al cine y le invitan a ir con ellos… ¿se quedará a estudiar? Podría hacerlo, en teoría, pero le falta el hábito, la capacidad de controlar sus preferencias, lo que le resulta atractivo ahora, para hacer algo que no le gusta tanto, pero que sabe que debería hacer. Le faltan las virtudes necesarias.
Las virtudes se adquieren con ejercicio habitual, tratando siempre de ir un poco más lejos (y si no lo consigues, no te preocupes: ya lo conseguirás, vuelve a intentarlo) y por las razones correctas (quedarse en casa estudiando porque sus padres le castigarán si no lo hace no desarrollará en el chico la capacidad de sujetar sus preferencias para comportarse siempre como debe… aunque es verdad que la amenaza del castigo puede ser el primer paso para acabar adquiriendo la virtud).
Las virtudes son, pues, como el ejercicio necesario para correr una carrera. Sirven también para otra cosa, que los que no son virtuosos no entienden: para «ver» otras cosas, para adquirir una cierta conaturalidad con lo que es bueno. Si estás acostumbrado a vivir la justicia, cuando subas al autobús, como explicaba en una entrada anterior, «sabrás» que has de pagar; si nunca has sido justo, ni se te ocurrirá pensar que has de hacerlo.
Bienes, normas, virtudes. Bueno, puede ser un camino para empezar a ser ético, ¿no?
A veces cumplir la norma nos arrincona, de tal modo, que terminamos descubriendo bienes superiores, no sólo en el mismo nivel o de otro superior (me refiero a la eficacia, atractividad o la unidad) sino personalmente inimaginables. Muy cierto y útil lo que nos ha descrito en estas tres últimas entradas, profesor.