Si alguien me hubiese dicho hace diez años que veríamos una «nueva política monetaria»… bueno, probablemente le habría creído, porque en economía nunca hay verdades definitivas. En todo caso, ahí están las acciones del Banco Central Europeo de hace unos días, que nos ponen ante una nueva realidad.
La política monetaria tradicional funciona de la siguiente manera. Las empresas y las familias necesitan crédito para sus planes de producción y crecimiento. Los bancos desean concederles crédito, porque ahí consiguen sus beneficios (condicionados, claro está, al nivel de riesgo en que la entidad esté dispuesta a incurrir). Al considerar cuánto crédito van a conceder tienen que tener en cuenta otra variable, la liquidez, que está formada principalmente por las reservas de los bancos (depósitos en el banco central). Esas reservas hacen falta para atender las necesidades de ventanilla de sus clientes, los requisitos exigidos por el banco central sobre el nivel mínimo de reservas, y las operaciones con los demás bancos.
El banco central descubre ahí una posibilidad para controlar la actuación de los bancos, porque él es el único proveedor de reservas de los bancos. Por tanto, al fijar el tipo de interés de las operaciones con las que les dará más o menos reservas, les está animando o desanimando a conceder más crédito. Ese es, en dos palabras, el mecanismo de funcionamiento de la política monetaria tradicional.
Pero esa política no funciona bien durante la crisis. Empresas y familias entran en recesión, y reducen su demanda de crédito, crédito solvente, se entiende, porque ese crédito es más arriesgado,, ya que las probabilidades de que algo salga mal y de que el deudor no devuelva el crédito son más elevadas. Esto desanima a los bancos a prestar.
Los bancos están demasiado endeudados, y tienen que reducir sus deudas, para lo cual deben acumular liquidez (reservas) y no prestar a sus clientes. Los bancos no consiguen liquidez (los mercados internacionales, principalmente otros bancos, no quieren correr riesgos con entidades que pueden tener dificultades, y no les prestan); algunos de ellos están en una mala situación de solvencia, de modo que no quieren aumentar su exposición al crédito. Y cuando un banco consigue liquidez (por ejemplo, porque se la presta el banco central), prefiere guardarla, porque no sabe si mañana la necesitará y si alguien se la dará cuando la necesite.
Todo esto nos lleva a un bloqueo de la financiación del sector privado, que se queda sin crédito; esto agrava la recesión, y pone al país en riesgo de deflación, que haría las cosas todavía más difíciles. Bien, pero, ¿hay alguna solución? Lo veremos otro día.
La solución pasaba por haber dejado caer a los bancos «malos»… cubrir los depósitos habría resultado tanto más barato además de no bloquear el crédito en aquellas entidades que eran solventes.
Por desgracia…. too late…
En Bolsa sí (porque lo de despilfarrar ya no está tan de moda … en España todavía hay quienes no se han enterado) pero en qué valores … en qué empresas. Haberlas haylas.
Pues en empresas que ofrezcan dividendo, un PER o un PEG aceptable, un nivel de deuda sostenible.
Y sobre todo, no contar con ese dinero invertido en bolsa.
Iberdrolas, Telefónicas, BME, Santander…
Y NUNCA decirle al director de la sucursal: «Hijo, lo que tu me aconsejes».
Puedes llevar a tu caballo al rio pero no obligarle a beber.
En una economía en la que sus agentes están fuertemente endeudados, el deseo es el desapalancamiento.
Sr. Draghi, es la demanda, no la oferta de crédito.
¡¡Animo a todos los bolsistas!! El exceso de liquidez, acabará ahí y no en el crédito a familias y empresas.