No somos lobos solitarios

¿Por qué ha caído tanto la natalidad, en España, en Europa y en otros muchos rincones del planeta? Este es un asunto que me preocupa desde hace tiempo. He encontrado todo tipo de explicaciones, todas plausibles. La más frecuente es la económica: tener un hijo es caro, muy caro, y no está al alcance de todas las parejas, sobre todo si están endeudadas por la compra de su vivienda, dependen de trabajos temporales y mal pagados y perciben el espectro de largos periodos de desempleo como algo muy posible.

Pero hay también otras explicaciones, de carácter digamos filosófico. Nos hemos vuelto individualistas. No queremos adquirir compromisos; queremos controlar nuestra vida minuto a minuto y, con un hijo por delante, ese control se desdibuja. Somos pesimistas y no queremos meter a otros, nuestros hijos, en lo que nos parece una aventura que acabará mal. Y esto no tiene causas empíricas: nuestra cultura ha perdido el sentido de la vida, que es, simplemente, cuestión de química y física, no de alma y espíritu.

Leí hace poco un argumento, también filosófico, que me hizo pensar. Es una entrada en el blog de Familiy Studies, titulada «El matrimonio es un asunto comunitario» (aquí, en inglés; les recomiendo otros muchos artículos de esta web, en inglés, claro). No es una explicación completa de las causas del problema, pero añade luz. Su tesis es: el matrimonio no es un affaire de dos personas, ni siquiera de dos familias, sino que afecta a toda la comunidad. No solo porque afecta al bienestar y al futuro de la comunidad, sino porque necesita un ambiente adecuado en la comunidad. Hace años, explica el autor de la entrada, David Lapp, en países de cultura occidental se consideraba que el matrimonio era algo sagrado, que había que proteger. Hoy se ve de otra manera. Y lo mismo pasa con los hijos.

Cuando yo era pequeño, si mi padre o mi madre se enteraban de que alguien esperaba un hijo, se alegraban sinceramente. Hoy mucha gente se asombra por esa decisión, y a menudo se sienten molestos. Lapp explica que «cada matrimonio existe en un ‘campo de fuerzas’ de relaciones comunitarias. Sin un sólido campo de fuerzas, el matrimonio individual es más vulnerable». Es verdad. Y lo mismo pasa con la decisión de tener hijos: hay que luchar contra la hipoteca, el desempleo, el coste de la vida, el coste sanitario, la falta de tiempo, las presiones del trabajo… y la presión de los parientes, los vecinos, los amigos, los conocidos, los desconocidos, los políticos, los medios de comunicación… Too much!

Lapp añade que «las redes de parentesco y afinidad eran antes las fuentes indispensables de significado y de apoyo para las personas y las parejas«. Y concluye: «Los lectores del Wall Street Journal deben considerar cómo un salario digno puede ayudar a construir familias sólidas, y los del New York Times deben considerar cómo influyen los mensajes culturales favorables a la familia«. Yo añadiría un punto adicional: En nuestro país deberíamos crear mejores entornos familiares, de amistad, de vecindario, para el matrimonio y la natalidad. Es tarea de todos.

One thought on “No somos lobos solitarios

  1. De acuerdo con la entrada pero creo que no es solo sincronismo. Hay mucho más involucrado aparte del sincronismo. No es un problema económico aunque también lo sea. Es un problema de solidaridad. No están dispuestos a hacer los sacrificios (qué palabra, suena a latigazos) requeridos para mantener una decisión. Y es que se supone que por «prudencia» uno puede y debe rectificar una decisión mal tomada. Y este es el quid del asunto. No es cuestión de prudencia, ni siquiera de solidaridad, que también lo es. Es cuestión de AMOR. Tampoco es solo RSE aunque también lo es. Es encontrarse con uno mismo a través del propio matrimonio y a través de los demás que tienen que ver con ello. UN GRAN SALUDO.

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