Los Comentarios de la Cátedra son breves artículos que desarrollan, sin grandes pretensiones académicas, algún tema de interés y actualidad sobre Responsabilidad Social de las Empresas.
El cortoplacismo de los inversores es uno de los males de la empresa actual y, por tanto, también de la sociedad. Detrás de él hay unas cuantas ideas, algunas buenas, otras equivocadas.
Buenas: las empresas han de ser eficientes, han de ganar dinero; el beneficio es una muestra de que la empresa es eficiente; la acumulación de beneficios puede ser muy necesaria para prever dificultades financieras o para financiar expansiones…
Equivocadas: la empresa debe maximizar el beneficio, entendido como el valor de la acción a corto plazo. Lo de maximizar el beneficio puede ser una conclusión correcta: si la empresa maximiza beneficios y los consumidores maximizan su utilidad, se consigue un óptimo social. Pero atención a los supuestos: competencia perfecta en todos los mercados, ausencia de efectos externos, ausencia de bienes públicos, información simétrica, ausencia de poder de mercado… O sea, supuestos que no se dan. Y otra cosa: el bienestar social que se optimiza se define solo en términos de bienes y servicios consumidos; si lo que mueve a la persona es otra cosa, entonces no hay óptimo social.
Equivocadas también, porque si lo que se hace es maximizar el valor de la acción en el corto plazo, se está suponiendo que el mercado valora perfectamente todas las oportunidades futuras de la empresa, las que disfruta ahora por lo que hace y las que dejará de disfrutar por lo que no hace. O sea, supone que si la empresa no lleva a cabo inversiones a largo plazo, el mercado sabrá entender si eso es bueno o no. Y lo mismo ocurre si la empresa se enfrenta a sus stakeholders, o si asume riesgos medioambientales, o si crece mediante adquisiciones y no mediante crecimiento interno… Pero la evidencia muestra que los mercados no valoran esto, al menos por la existencia de un amplio número de inversores que solo se cuidan del beneficio inmediato… y luego salen corriendo.
Me parece bastante claro que el cortoplacismo de los inversores es un problema, no para ellos, porque les permite disfrutar de beneficios elevados a corto plazo, y luego… otros cargarán con los costes; el problema es para otros. Por ejemplo, para los directivos, que tienen que seguir las exigencias de los inversores, lo que no parece compatible con la imagen que tenemos de un buen directivo, con visión a largo plazo, que cuida de que la empresa construya y desarrolle sus capacidades distintivas (capital humano, investigación, tecnología, confianza…), que tiene en cuenta todos los riesgos, que diseña y lleva a cabo políticas de Responsabilidad social que fomentan la confianza…
Me dirá el lector que el directivo que se encuentra con inversores cortoplacistas en su accionariado no tiene salida. Y puede ser verdad. Pero a lo mejor podría dedicarles tiempo, para “venderles” otra manera de invertir. Por ejemplo:
- Puede formular su estrategia con inclusión clara de las inversiones a largo plazo y su justificación, los riesgos a los que se puede enfrentar y cómo hacerlo, la I+D que conviene desarrollar, etc. Y comunicar esto a sus inversores actuales y a los potenciales, de modo que, poco a poco, consiga ganarse a los que mejor participen de su visión empresarial. Sin “inflar el perro”, pero con ambición.
- Tratar de evitar los informes trimestrales de resultados, porque estos arrastran consigo a las políticas cortoplacistas. Mientras los inversores estén pendientes de los resultados trimestrales y los analistas hagan coro con ellos proponiendo acciones contrarias al largo plazo, será muy difícil cambiar el tipo de inversor.
- Alinear las remuneraciones de los directivos con los resultados a largo plazo. Los directivos quizás ganen menos a corto, pero, seguramente, dormirán mejor y estarán más satisfechos. Y todos ganaremos más a largo.
- No conviene luchar solos en estas guerras. Los directivos y los miembros de los consejos de administración no cortoplacistas deben buscar aliados en los mercados financieros (los hay: los fondos sostenibles, por ejemplo), en la academia, en los medios de comunicación, en las asociaciones empresariales y en los mismos directivos de otras empresas.
No es tarea fácil, ya lo sé. Pero vale la pena intentarlo, ¿no?
Muy interesante artículo. Me gusta la manera de plantear los supuesto axiomas (buenas, equivocadas…)
Mientras los directivos midan su desempeño personal en función de su eficacia y no de su eficiencia y consistencia, el sincronismo de corto primará sobre el de largo. Es más, los números delatan que sincronizar el largo es imposible con referencias anuales. Habría que empezar por definir cuál es el ciclo de la empresa que uno dirige. Y no es un ciclo único pues el ciclo de RS es distinto del de calidad y del de I+D … Las diferencias y compaginaciones las dan nada menos que los sueldos que asignamos a los directivos para afrontar imprevistos. Y es en lo que menos se fijan los inversores: eficiencia y consistencia; que no se pueden medir con números, pero se reflejan en ellos. Además, la referencia anual no se sabe llevar al ciclo global. La corriente de ingresos y egresos nunca son iguales y menos en un año. Hay proveedores que perciben cuando sus clientes dan. Pero depende del ciclo de financiamiento y así sucesivamente. Los números son para medir resultados, pero la eficiencia y consistencia previas a la decisión, no las puede medir un número, pues no son concausales. No me pierdo ni una entrada de su blog. Gracias profesor por tenernos al día.