Leo un interesante comentario de Holly Hamilton-Bleakley en Mercatornet (aquí, en inglés), con el título de “Hacer de padres es una actividad política”. Es una crítica a la manera actual, liberal, de concebir la política. SEgún esta, hay que proteger al ciudadano de la interferencia de la política, o sea, del Estado. Esto lo conseguimos distinguiendo entre el ámbito privado y el ámbito público. El ámbito privado es el de los derechos, definidos frente al Estado: derecho a la propiedad privada, a la libertad de expresión, a la libertad de asociación, a la libertad religiosa, etc. En su vida privada, cada uno tiene derecho a seguir la vida que quiera, mientras no incumpla la ley, que trata de evitar que mi vida haga daño a otros.
Pero esto supone que el ciudadano es solo un titular de derechos. Lo que hace en su vida privada no interesa al político, al Estado. No interesa, por ejemplo, si es una persona virtuosa o no, si es solidaria, generosa, paciente, compasiva… porque, precisamente, la filosofía política vigente dice que no nos pondremos nunca de acuerdo en si hemos de ser solidarios, generosos y pacientes, ni siquiera en qué significa ser solidarios, generosos o pacientes. Por tanto, no entremos en ello: dejémoslo para la vida privada.
Pero esto significa que el Estado no se preocupa de si yo soy solidario, generoso o paciente, y tampoco de que alguien me enseñe a serlo. Y, ¿qué pasa cuando los ciudadanos, todos o la gran mayoría, nos convirtamos en egoístas, codiciosos o irritables? ¿Funcionará la sociedad? La respuesta oficial es: sí, basta la ley. La respuesta práctica, que todos conocemos, es: no. No bastan las barreras, que evitan que nos salgamos de la carretera; la manera como conducimos nuestros automóviles no es irrelevante para la sociedad.
Algo falla en nuestra sociedad. Hemos conseguido la coexistencia pacífica, pero no hay medios públicos para hacer que alguien se cuide de que se construyan las virtudes, que son los medios para que esa coexistencia sea posible. En algún momento, no nos quedará otro remedio que volver a llevar al discurso público la pregunta prohibida: ¿qué es una vida honesta? Y no nos quedará otro remedio porque, si nadie se preocupa de ella, acabaremos haciéndola imposible o, al menos, muy difícil. Habremos cortado la rama del árbol en la que nos habíamos sentado.
Hamilton-Bleakley acaba diciendo que hacer de padre o de madre es una tarea esencialmente política, porque consiste, precisamente, en enseñar a los hijos lo que es el bien, y enseñarles a vivirlo. Y eso, que ahora consideramos un asunto privado, es de la mayor importancia para nuestra sociedad. Afortunadamente, todavía hay gente que se cuida de esto. Pero, si es tan importante, alguien tendría que decirlo, ¿no? Y explicar por qué es tan importante…
El sincronismo está escrito en un programa DNA que llamamos familia. Pero ese programa funciona porque «algo» que es más que sincronismo lo ejecuta. Ese ALGO está fuera y forma parte de un sistema directivo que lo hace funcionar y se llama SISTEMA. Lo que unifica ese sistema es el YO. Lo que lo mueve se llama libertad. Si el YO falla, la sincronía se pierde: es lo que se llama muerte. No es pesimismo, es realismo.