Leo una carta al editor del Financial Times del pasado 20 de octubre (la tenía guardada para hacer un comentario cuando tuviese un rato libre). Breve (aquí), comentando un artículo anterior sobre la importancia de utilizar la tecnología para conducir mientras se utiliza el móvilu otro chisme electrónico.
«Pasemos de la responsabilidad. Que el coche se cuide de sí mismo, como tantas naves espaciales, navegando juntas, una al lado de otra, por las carreteras… (…) ‘las distracciones ofrecidas por los vehículos y los smartphones mientras conducimos implican que los conductores necesitan una función de autopiloto'» (esta última frase es del artículo que el autor de la carta comenta). Y la conclusión: «existimos para servir a la tecnología. Quite sus manos del volante».
Claro que es bueno que los autos tengan avances tecnológicos que nos den más seguridad. El problema radica en por qué necesitamos esa seguridad: ¿para prevenir errores humanos, que todos tenemos? ¿O para que abdiquemos de nuestra responsabilidad como conductores?
Ya he dicho muchas veces que los seres humanos aprendemos de nuestras conductas. Este puede ser un ejemplo de cómo la tecnología nos ùede hacer menos humanos, aunque evita las consecuencias de nuestros errores.
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Como afirmaba el profesor Leonardo Polo, la tecnología espacio-temporal no ahorra tiempo: solo la ética asegura que se ahorra tiempo, es decir, que nos hacemos más libres. En mi libro de La Constante demuestro que el orden concausal (material, formal, eficiente y final) aumenta siempre la entropía del universo, es decir, que para que haya más orden tiene que venir de fuera de esa concausalidad: solo así aumenta T o sea, la actividad económica. Ese salirse del universo es el hábito, que nos enseña cómo ordenarlo (al universo). No es algo neuronal (no puede serlo) porque las neuronas son del cuerpo, que es parte del universo físico, es decir, concausal. La técnica tiene que ser exterior al universo para poderlo ordenar. Y como dice Polo: si no mira a los fines, es decir, a cada persona; no ordena sino que desordena los propios medios. El profesor Juan Antonio Pérez López también lo decía, a su modo, llamándolo aprendizaje negativo. Es algo que nos hace cada vez menos capaces de seguir siendo sociales y al mismo tiempo nos embrutece, porque al empequeñecerse nuestra libertad personal, también disminuye la esencial (virtudes y hábitos), desordenando todo. Al revés de lo que intentábamos. Así se llega de modo seguro a la entropía total: la esclavitud mediática. Se parece mucho a la contaminación … ¿no le parece profesor? … es la misma mentira de siempre pero disfrazada de «progreso».
Que tenga una feliz Navidad le deseamos desde este lado del charco.