Me picó la curiosidad al ver en The Independent Review, una revista de corte claramente liberal, un artículo firmado por Robert Higgs y Elizabeth Bernard Higgs, titulado «Compasión: un factor crítico para conseguir y mantener una sociedad libre». El argumento lo desarrollan desde el punto de vista del pensamiento liberal (en el sentido europeo del término). Parten del principio de no agresión, como clave en una sociedad que admita la libertad de sus ciudadanos, pero van más lejos: «incluso en una mundo en el que todos observen ese principio faltará algún trazo esencial requerido para que las personas florezcan y se preserven los derechos».
«Algo que faltará será la compasión hacia los demás -compasión entendida no solo como un sentimiento de empatía, sino como un compromiso personal en esforzarse voluntariamente en la reducción de los sufrimientos de los otros y en actuar así con todas las personas». «Incluso la sociedad más libre que podamos imaginar incluiría muchas personas que no pueden solucionar sus problemas por sí mismos, de modo transitorio o permanente. Algo hay que hacer con ellos, y no podemos olvidarnos de este tema». Como buenos liberales, la solución, dicen, tiene que venir de cada uno de nosotros, no podemos delegarla en el Estado.
Esto, aclaran los autores, coincide con nuestro interés, ya que algún día podemos encontrarnos en la misma situación que esos necesitados. Pero hay razones mucho más profundas que ese «egoìsmo ilustrado». «La verdadera compasión no consiste en un cálculo de fines y medios»: es una virtud que hay que vivir por ella misma, no una acción instrumental. Y añaden algo importante: «una acción compasiva unilateral tiene la capacidad de producir un milagro en las mentes y los espíritus de los que experimentan la compasión y actuan en consecuencia. Lo que llamamos ‘asistencia pública’ o ‘estado del bienestar’ en nuestro mundo actual consiste en una variedad de transferencias frías, impersonales, obligadas por la política y administradas burocráticamente, que crean resentimiento en los que las financian, al tiempo que consideradas como insuficientes y miserables para los que las reciben».
Además, los autores señalan el riesgo de que los beneficiados por esas transferencias se acostumbren a vivir de ellas, y enseñen a sus hijos a hacer lo mismo, lo que lleva al deterioro del respeto por ellos mismos, al bloqueo de su capacidad de hacerse responsables de sus propias vidas y a no estar dispuestos a hacer sacrificios que puedan llevarles a mejorar su situación en el largo plazo.
Me gustan los argumentos de los Higgs. Nos están diciendo que, en la consideración de las necesidades de los demás, de esa compasión que ellos proponen, es importante que consideremos las necesidades de muchos, de todos, no solo las de los que están a nuestro lado y las de los que nos pueden devolver el favor. Que nos impliquemos en estas acciones, porque no estamos solo «pagando» una cuota más o menos voluntaria, sino que estamos desarrollándonos nosotros mismos como personas. Que respetemos siempre a los necesitados a los que ayudamos, de modo que ellos se respeten como personas, asuman sus responsabilidades y hagan lo que puedan para salir, ellos mismos, de su situación. Con nuestra ayuda, claro, pero haciéndolo ellos mismos. Que nos dejemos enseñar por esas personas, porque nos implicamos nosotros personalmente. Por tanto, el estado del bienestar no es suficiente: le falta la dimensión humana. Muchos lo favorecen precisamente por su carácter impersonal, pero con esto no hacen un favor ni a los beneficiados ni a los que les ayudan: no estamos mejorando, unos y otros, no estamos aprendiendo.
«Puede parecer ingenuo proponer que el amor sea la respuesta, pero de alguna manera, en muchos casos, no hay otra cosa que pueda conseguir lo que deseamos (…) En la verdadera compasión, el que da, lo mismo que el que recibe, puede ser transformado para lo mejor».
Pienso ahora en la Responsabilidad Social de las Empresas (RSE). ¿Quién pone ahí el componente humano, más allá de «repartir dinero», que es lo que, lamentablemente, acabamos haciendo en muchos casos? ¿Cómo valora la empresa ese cambio a mejor que está ocurriendo cuando dentro de ella se vive la compasión? Vivir la compasión con todos, no solo con los necesitados de fuera, más allá de «dar algo de lo que nos sobra: dinero, tiempo…».
Los Comentarios de la Cátedra son breves artículos que desarrollan, sin grandes pretensiones académicas, algún tema de interés y actualidad sobre Responsabilidad Social de las Empresas.
Cuanta razón tiene. Enhorabuena por este gran articulo que ha escrito de parte del equipo de Pequeño Rockanroll, referente en moda infantil de diseño
Totalmente de acuerdo con ustedes, la compasión a veces es el toque más humano. Lamentablemente muchas empresas aprovecha sus obras de aportación social para tapar o ocultar los efectos catastróficos que producen su empresa. Ya sea contaminación, deforestación…
Coincido totalmente. En el fondo algo de eso ya lo podemos encontrar en Adam Smith. Recordando un curso sobre economía y ética que seguí hace 27 años: Adam Smith presenta en su libro «La teoría de los sentimientos morales» tres principios: la justicia, la prudencia y la benevolencia. Luego explica que las relaciones de mercado sólo pueden estar gobernadas por la justicia y la prudencia, pero el principio o la virtud más elevado es la benevolencia. Sólo la benevolencia crea una sociedad en la cual da gusto vivir.
Coincido en cada uno de sus planteamientos.
Estimado Antonio:
Sin duda la «compasión» es una importante virtud en la que se debe educarse a todo ser humano para sentirse cerca de los demás, principalmente de aquellos que sufren para aliviar su dolor. La «compasión» debemos complementarla con otra importante virtud la «indignación», la primera nos hablada el corazón y la otra nos debe dar el impulso y la fuerza para trabajar sin descanso en erradicar sus causas.
Saludos,