«No has escrito sobre Grecia», se quejó un lector del blog hace unos días. Lo siento, pero es muy aburrido. Es como contar una mala película, escena por escena: entra el negociador, dice que quiere hace un referendum, le dicen que allá él, luego vuelve y dice que bueno, pero le contestan que hablarán después del referendum… Al final, uno puede hacer conjeturas sobre lo que resultará, pero depende de una negociación complicada, donde no todo lo relevante se pone sobre la mesa… (en el plano político, por ejemplo, lo que está en juego, me parece, son dos concepciones distintas del sistema económico, y esto no suele ser objeto de negociación). No tengo dotes de adivino para tratar de averiguar qué pasará. Pero sí me gustaría hacer algún comentario sobre el caso de Grecia.
Y cuando digo «caso» me refiero a lo que en las escuelas de dirección se llama un «caso»: la descripción de una situación, probablemente real, en la que se presenta un problema o un conjunto de problemas, a menudo no definidos, y en la que hay que hacer un análisis de la situación, un diagnóstico del o de los problemas, un listado de alternativas (no de lo que pasará, sino de lo que habría que hacer) y un plan de acción (alguien tiene que hacer algo algún día).
El caso es muy complicado, porque no tenemos toda la información, porque confundimos los datos con las opiniones, porque tenemos posiciones de partida distintas y aun enfrentadas, porque no tenemos un listado de alternativas posibles, porque no hemos definido unos criterios para valorar las alternativas y porque, cuando los tengamos, nos faltará quizás también la voluntad de poner la decisión en práctica.
Sí, ya sé que esto parece una manera de quitarme el problema de encima: pero la tiene, aunque hay que empezar reconociendo lo que sabemos y lo que no sabemos. Por ejemplo, la historia: porque lo que pasa ahora a Grecia tiene su origen en acontecimientos pasados, algunos de hace muchos años (la invasión alemana de Creta, por ejemplo, ha sido empleada como argumento en la negociación), otros de hace menos años: la euforia, el endeudamiento, el aumento de los costes, la pérdida de competitividad y la creación de expectativas infundadas, pero lógicas, en los años que preceden y siguen a la entrada en la zona euro; la ocultación de la verdad sobre el déficit público y la deuda… y mil asuntos más, que son relevantes para el caso.
Ante situaciones complicadas, la tentación es buscar culpables: los alemanes que no dan el brazo a torcer; los del Eurogrupo que quieren hundir a Grecia; los griegos que no quieren pagar impuestos y quieren disfrutar de un nivel de vida que no está a la altura de sus posibilidades, si no es recurriendo a una deuda que no podrán pagar; los acreedores, que ya sabían donde se metían; el gobierno griego, que engañó a sus acreedores; el sistema capitalista; los políticos populistas… Mala manera de llevar la discusión del «caso»: por ahí no encontraremos soluciones.
Pero hemos de buscar soluciones. Vale, pero, ¿soluciones a qué problema? ¿Al de un estado del bienestar insostenible? ¿Al de una recesión profunda, agravada por la austeridad? ¿Al de una negativa injusta a hacer frente a la deuda? ¿A la negativa justa a hacer frente a una deuda injusta?¿Al de la negativa de los acreedores a reconocer que gran parte de la deuda no se puede pagar? ¿Al mantenimiento de la unidad de la zona euro? Porque cada uno de esos problemas tiene soluciones distintas, no siempre compatibles.
Y, ¿cómo eligiremos la solución adecuada para esos problemas? ¿Cuáles son los criterios para valorarlas? Puede ser la posibilidad de que Grecia vuelva a crecer, o la de que pueda volver a los mercados financieros a buscar los fondos que necesita, o la de cumplir las condiciones para una nueva ayuda temporal, o la de que sea capaz de crear unos sectores productivos eficientes y competitivos a nivel global, o la de que se ponga fin al triste estado de sus ciudadanos más desfavorecidos…
Y no nos olvidemos de las líneas rojas, que tocan a cosas tan sensibles como la dignidad de las personas, la reputación del país, la libertad de decisión de sus ciudadanos, las restricciones que quieran imponer sus políticos, porque para eso les han votado…
¿Está ya suficientemente mareado el lector? Bueno, pues eso es lo que pretendía. En el aula, el «caso» sale adelante porque los participantes lo han trabajado, conocen los datos (a menudo, incompletos), siguen un método de resolución de problemas (datos, diagnóstico, alternativas, valoración, decisión, plan de acción)… Pero la realidad no es un aula, no hay un director de la sesión que sepa lo que debe hacer, hay demasiados intereses creados… Al final, lo único que cabe es esperar que alguien tome las decisiones oportunas, correctas o no, y entonces ya le criticaremos o le alabaremos, que eso sí sabemos hacerlo.
La solución está a nivel de la justicia. Y no es mía. Polo ya descubrió que los juicios y conceptos se que dan en los problemas de sincronía. A cambio, los primeros principios (de Origen, persistencia y causalidad) se desmaclan (así lo dice, que es como desenredar lo co-implicado) y se ven cuando se enfoca la justicia para el caso (se sube más alto que en la escalera de la decisión) resolviéndose a nivel inter-subjetivo que incluye las decisiones-mutuas. Nadie dice que sea fácil y menos, Polo. Lo que sí dice es que hay que luchar contra los vicos y no creo que los políticos votados en Grecia sepan cómo hacerlo, ni si sabrán distinguir vicios de virtudes que es el principio de todo este embrollo. No es lógica sino meta-lógica. Lo dice en AT2.