Los días 4 y 5 de noviembre el IESE organiza en Madrid un programa enfocado titulado «Responsabilidad Social, Compliance y Buen Gobierno. Condiciones necesarias para una gestión empresarial ética», dirigido, como su nombre indica, a personas que desarrollan las funciones de cumplimiento o compliance y responsabilidad social, con la valiosa colaboración de KPMG y sus mejores expertos en estos temas. Es la segunda edición; la primera se desarrolló con éxito en octubre de 2014. Lo dirige mi colega, Joan Fontrodona, que ha tenido la gentileza de ponerme como codirector, aunque el que ha trabajado ha sido él -y los de KPMG.
Pero ahora, cuando solo quedan unos días, he de reconocer que he entrado en crisis. ¿Sirve para algo tener a gente trabajando en ética, en Responsabilidad Social o en compliance? Sospecho que no, porque no aportan valor directamente. Los de Responsabilidad Social, por ejemplo: lo único que saben hacer es gastar, dar consejos, escribir memorias, incordiar a los demás directivos diciéndoles cómo tienen que actuar y dificultar la consecución de sus objetivos económicos. Y los de compliance también: siempre preocupados porque todo el mundo cumpla la ley y las normas internas, cuando está claro que no se pueden cumplir, que son demasiado caras, que no hay manera de competir si tienes las manos atadas con artilugios legales… Decididamente, «sobran».
Pero, quizás por los muchos años que llevo dedicado a estos temas, después de llegar a esa conclusión me entran dudas. ¿Todo se reduce a crear valor, valor económico, a corto plazo, para los accionistas, para tener contentos a los inversores, y los demás que se fastidien? ¿No hay otros valores? ¿Crean valor económico los empleados que corrompen funcionarios, que incumplen la ley medioambiental, que compiten con las cartas marcadas, que dejan de pagar impuestos…? ¿Crean valor para la empresa, o la meten en riesgos de consecuencias que pueden ser desastrosas? ¿Son esos los empleados que estarán dispuestos a volcarse en su tarea cuando la empresa los necesite? ¿Son ellos los que crearán las capacidades distintivas con las que la empresa hará frente a la competencia omnipresente?
Y me convenzo de nuevo. Necesitamos directivos «improductivos», de los que saben involucrar a las personas, «meterlas» en los proyectos de la empresa, convencerles de que hay que trabajar bien, sin engañar a nadie (ni siquiera al fisco), mejorando la reputación de la organización (que es lo que les gusta a los empleados, y lo que les permite dormir tranquilos por la noche)… Vale. El día 4 estaré en Madrid para convencer a los participantes de que lo que hacen vale la pena, que no es una pérdida de tiempo ni un despilfarro de recursos, y que ellos mejorarán como profesionales y como personas si desarrollan sus capacidades para hacerlo bien.
Creo que no hay más valores que tener contentos a los inversores, las personas a veces pierden el valor que se merecen.
La verdad es que son verdades como puños.
Gracias Sr Antonio Argandoña por este impresionante post.
¿No es creación de valor ecónomico el evitar su destrucción?
Es el sincronismo dentro de una sincronía mayor. Una sinfonía en términos musicales. Si alguien desafina o se sale de ritmo se nota (por lo menos el que dirige la orquesta). Una sincronía que puede hacer que «tu parte» dure eternamente. Pocos blogs con tan buenos posts como los que tiene éste.