El elogio lo hace Simon Kuper en el Financial Times del 24 de octubre: «Por qué las pequeñas ideas ganan a las grandes ideas». Tesis: las grandes ideas pueden atraer a los votantes, pero no triunfan. Pone ejemplos: Freud, Marx, la Gran Sociedad del presidente Lyndon Johnson de los Estados Unidos… Pero luego añade que parece que las pequeñas ideas tampoco tienen mucho éxito... Y da algunas razones: por ejemplo, las sociedades occidentales llevan muchos años tratando de desarrollar políticas para mejorar el bienestar de los ciudadanos; los proyectos fáciles ya han sido aplicados; ahora quedan los difíciles, en que los problemas de implementación pueden arruinar una buena idea.
Kuper se apunta a la reciente moda que difundió la economista Esther Duflo: llevar a cabo cuidadosos análisis de la implementación de proyectos, comparándolos siempre con otros proyectos (lo que en medicina se llama randomised controlled trials). Por ejemplo, para animar a los profesores en países pobres a no faltar a la escuela, págueseles cuando puedan mostrar una fotografía de ellos delante de la clase, cada día, aconseja Duflo. Lo que ella recomienda es: haz un programa piloto en pequeña escala, comprueba que funcione y, si es así, amplíalo. Por cierto, esto es algo que en nuestro país ya se ha empezado a hacer, cuando las administraciones públicas han aceptado los programas de evaluación de políticas.
Me parece bien. Y añado un comentario adicional: plantea tu programa desde la interdisciplinariedad (y perdón por el nombrecito). Seguramente el economista tiene algo que aportar, pero también el psicólogo, el sociólogo, el politólogo (¿por qué la gente no vota a los políticos que dicen tener tan buenas ideas?), el experto en relaciones públicas (¿cómo ganarse el apoyo de las redes sociales?), el experto en ética, el filósofo… Eso es herejía para nuestros científicos, demasiado pagados de su propia ciencia, que mira con sospecha a las demás. Cuando uno se abre a las ideas de otros, se da cuenta de por dónde aparecen las complicaciones, los efectos no deseados, las dificultades para aplicar medidas «geniales»… Y si, de paso, esto nos ayuda a poner en duda las bases de nuestro paradigma científico, mejor. Muchos economistas seguimos diciendo que el ser humano es racional y maximizador. ¿De verdad lo es?
Sí, probablemente lo es. En economia, todo lo solucionamos muy fácilmente con el «ceteris paribus», pero en la realidad nos encontramos con problemas reales de ingeniería, química o geología, que además se desarrollan en un entorno político y social complejo. Es por esto que, si trabajamos con empresas reales, en situaciones reales, cada vez resultan más imprescindibles los equipos multidisplinares, en los que estos científicos politicos y sociales son cada vez más imprescindibles.