Parece haber un amplio acuerdo acerca de la importancia de respetar la dignidad de las personas en la empresa. Otra cosa es que ese consenso sea efectivo, porque a menudo se trata a los empleados, directivos, accionistas minoritarios, clientes o proveedores como cosas, no como personas, quizás por aquello que leí hace años en una descripción de la crisis financiera reciente: algo así como «hay gente que solo entiende el lenguaje de los beneficios, y cuando ve un euro (o un dólar) pierde el oremus, y decide que ha de hacer todo lo necesario para apropiárselo». No es literal, pero me parece que describe muy bien algunas realidades. Pero hay también otras motivaciones: te respeto mientras no me interese aprovecharme de ti; te respeto mientras no me lleves la contraria o no me hagas sombra…
Traduzco unas frases del libro Moral Mazes de Robert Jackall (p. 111): “En un mundo en el que el protocolo de las relaciones de autoridad y la necesidad de proteger al jefe, al equipo y a uno mismo pasa por encima de todas las demás consideraciones, y en el que la no asunción de responsabilidades por las acciones propias es la norma, los juicios morales basados en una ética profesional no tienen sentido. Por razones de supervivencia, además de por la carrera profesional, los directivos acaban teniendo la vista fija no en principios abstractos, sino en el entramado social de su mundo y en los requerimientos que esto lleva consigo. En consecuencia, esos directivos simplemente no ven, no pueden ver, la mayoría de las cuestiones que se presentan ante ellos como problemas morales, ni tan siquiera cuando esos problemas son presentados por otras personas en términos morales”.
Pero hay otro problema que me está preocupando cada día más. Es la concepción de la dignidad humana que tienen algunos filósofos modernos. Por ejemplo, George Kateb, de la Universidad de Princeton, centra la dignidad de la persona en superar todas las limitaciones naturales y crearse a sí misma de nuevo. Esto requiere libertades positivas, incluyendo la libertad para elegir lo que somos o queremos ser, sin limitaciones. Y libertades negativas, de modo que nadie se oponga a nuestras libertades positivas o nos lleve la contraria en esos temas. Desde este punto de vista, la dignidad no radica en lo que yo soy o lo que yo hago, sino en lo que yo quiero hacer y en lo que puedo prohibir a otros que me pueden impedir hacer lo que yo quiero.
¿Por qué me preocupa esto? Porque es un concepto elitista de dignidad, que lleva a conductas manipuladoras, de dominio: de acuerdo, todos tenemos derechos a la misma dignidad, pero yo soy el jefe y quiero que aceptes mis normas, que no me critiques (lo políticamente correcto introducido en la organización, como decía Jackall) y… bueno, claro, en tu vida privada haz lo que quieras, pero aquí en la empresa el que manda soy yo.
Es lo que Juan Antonio llamó consistencia. Gracias por recordárnoslo, profesor. Es que fue después que Polo supo dualizar la libertad trascendental de la esencial, que no es la trascendental, pero por parecérsele mucho, llevó a Juan Antonio a darle el nombre de motivación trascendente, pero no está a ese nivel aún.