¡Uf!, dirá el lector: Antonio se pone otra vez a filosofar. Bueno, un poco sí, pero me parece que saldrá una filosofía «práctica». La reflexión se me ocurrió leyendo una frase de Romano Guardini, un filósofo y teólogo alemán: «un arma contra el peligro es ver las cosas con la mayor agudeza para poder combatirlas; otra, no verlas en absoluto, para que no impresionen». Y me decía yo: ¡claro! Vemos lo que queremos ver, porque -sigo citando a Guardini- «en la mirada actúa la elección de querer ver».
Cuando oímos a un político cuyas ideas no cuadran con las nuestras, tendemos a juzgarlas mal, nos resistimos a admitir que hay algo bueno en ellas, no aceptamos nada, no queremos ni aceptar que eso puede tener algún sentido: es pura ideología de partido, puro interés personal o de clase. Yo pensaba que esto se debía a una regla de la política: no admitas nada bueno en el adversario, porque estás invitando al ciudadano a que le voten. Pero, a juzgar por lo que dice Guardini, no es solo una actitud defensiva: «Mi mirada la ve [a la otra persona] de otra manera; rechaza lo bueno que hay en ella; subraya lo malo, acentúa las relaciones, ve intencionalidad (…) Cuanto más profundamente arraigado esta el temor o la antipatía, tanto más firmemente se empeña el ojo en no ver».
Pero Guardini da también alguna idea de cómo superar esto: «Para que las cosas cambien, tienen que cambiar los sentimientos. La mente tiene que abrirse a la justicia, el corazón tiene que liberarse». Me parece que lo que quiere decir Guardini es que estamos ante un problema moral: no querer ver al otro, no querer entenderle, negarse a considerar lo bueno que hay en él, no admitir sus ideas, es, en última instancia, un problema moral. El mensaje del otro me está pidiendo una decisión, una toma de postura. Y negarme a admitir al otro equivale a quedarme encerrado en mí. Y esto no es una actitud psicológica, sino ética, que vemos en los de izquierdas, de centro y de derechas. Y lo peor es que esa actitud nos bloquea seguir viendo, seguir entendiendo. Y esto, dice Guardini, puede producirse de forma fulminante, al primer contacto, o lentamente, tras larga maduración. «Pero al final, siempre se produce».
Si he entendido bien a Guardini, lo que hay detrás de todo esto es un rechazo de la verdad: no de la verdad racional, empírica, sino de la verdad sobre el otro. Y eso se corrige cuidando el respeto, el amor hacia el otro. Él puede estar equivocado, pero se merece todo mi respeto y aprecio. Por eso le he de escuchar y, si procede, corregirle. ¿Alguien tiene alguna idea de cómo poner en práctica esto en el ambiente político?
Antonio Argandoña es Profesor Emérito de Economía del IESE.
El trato con otrso siempre ha sido difícil. Debemos sobrellevar personalidades. Interesante artículo.
Como decía Juan Antonio: … hay que distinguir entre solidaridad (método) y sentimiento de solidaridad (tema) … el paréntesis es mío. El que lo explica muy bien es Leonardo Polo: una cosas es la noticia (virtud de solidaridad) y otra la conmensuración (sentimiento)