Todas las teorías de la empresa se fijan en la existencia de un grupo de personas (directivos, empleados, propietarios, accionistas…) que aportan recursos (trabajo, capital…) para la consecución de un propósito común o compartido. Aquí quiero fijarme en ese propósito compartido. No discutiré si es un objetivo, un fin, una meta, un propósito…: no estoy de acuerdo en que los nombres sean irrelevantes, pero no voy a discutir de nombres. Está claro que, si unas cuantas personas trabajan juntas, con los medios que les han proporcionado otras personas, para producir bienes y servicios que venden en el mercado, bajo la dirección de unos directivos, debe haber algún tipo de actividad conjunta, de objetivo compartido: algo que quieren hacer juntos para conseguir un resultado que a todos interesa, aunque, probablemente, por motivos distintos.
Peter Drucker explicaba en The practice of management que «si queremos saber qué es una empresa, debemos empezar por el propósito. Y su propósito debe estar fuera de la empresa misma. De hecho, debe estar en la sociedad, porque la empresa es un órgano de la sociedad». El propósito de la empresa será su papel en la sociedad, lo que podríamos llamar su función social. Es frecuente identificarla como la producción de bienes y servicios para la satisfacción de demandas o necesidades en el mercado, con eficiencia, es decir, creando valor, y con vocación de continuidad. Con eficiencia quiere decir que debe ser capaz de cubrir las necesidades de los que colaboran en la producción (directivos, empleados, propietarios, financiadores, proveedores, etc.). Bajo ciertas condiciones, esto se consigue maximizando el beneficio, o el valor para el propietario. Por eso decimos a menudo que el propósito de la empresa es maximizar el beneficio, porque esa es la condición para que la empresa contribuya de la mejor manera posible al bienestar social, a la creación del máximo valor social posible, que, se supone, es su función social.
Entendido al pie de la letra, esto quiere decir que los empleados acuden cada día a trabajar porque participan del propósito de maximizar el valor para el accionista. Bueno, ellos probablemente no están muy interesados en esa maximización de beneficios, pero la aceptan porque es la condición para que la empresa les contrate, les pague el salario de mercado y les garantice una cierta continuidad en su puesto de trabajo. Pero ya he dicho antes que los motivos de los empleados pueden ser muy variados: uno quiere remuneración, otro aprender, otro hacer carrera, otro acumular derechos de pensión, otro pasar en casa el menor tiempo posible… De hecho, se pueden distinguir tres tipos de motivaciones en toda acción humana: extrínsecas (en el caso del empleado, la remuneración, que es lo que la empresa le da a cambio de su trabajo), intrínsecas (que el empleado obtiene con ocasión de su trabajo, aunque no se puede decir que se lo proporciona la empresa: por ejemplo, la satisfacción de la tarea que hace o el aprendizaje de conocimientos y capacidades que desarrolla) y trascendentes (cuando actúa por lo que se llama a veces «other motivation», por el efecto de su trabajo en otras personas).
Ya tenemos unos cuantos elementos para nuestra reflexión sobre el propósito de la empresa, que veremos el próximo día.
Los Comentarios de la Cátedra son breves artículos que desarrollan, sin grandes pretensiones académicas, algún tema de interés y actualidad sobre Responsabilidad Social de las Empresas.