Dirigir (IV)

Estoy llegando ya al final de mi razonamiento sobre qué es dirigir una organización, cuál es el papel de la ética en ese proceso, y, en concreto, por qué la ética de las virtudes es la adecuada para iluminar la tarea del directivo.

Una virtud es un rasgo de carácter profundamente asentado, que proporciona razones (normativas) para la acción, junto con motivaciones apropiadas para elegir, sentir, desear y reaccionar bien frente a un amplio abanico de situaciones” (la definición la tomo de Miguel Alzola, en el Cuaderno 126 de Empresa y Humanismo). Es una cualidad adquirida, firme y estable que facilita llevar a cabo acciones orientadas a la excelencia, no mecánicamente sino con libertad y con esfuerzo. Tiene un valor intrínseco, no es un medio para conseguir otros fines: ser virtuoso para ganar dinero, triunfar en la profesión o recibir el aplauso mediático es un sinsentido, porque esto mueve a actuar contra la virtud misma.

El ejercicio de la virtud tiene cuatro dimensiones:

  1. Intelectual o cognitiva: una persona virtuosa percibe correctamente la situación, es decir, se da cuenta de los principales rasgos de esa situación, y los tiene en cuenta; entiende el contenido ético del problema no en abstracto, a partir de unos principios generales, sino en concreto, en el entorno actual y para las personas concretas a las que afecta.
  2. Emocional: las virtudes son “disposiciones no solo para actuar de una determinada manera, sino para sentir de una determinada manera”, en palabras de MacIntyre. Esta dimensión refuerza a la anterior: el problema no deja indiferente al agente, sus sentimientos le impulsan a actuar.
  3. Motivacional: las virtudes no son primariamente actos, sino disposiciones, que vienen dadas, primero, por las intenciones o motivaciones del agente, y después por la formación del hábito. El agente se siente impulsado, comprometido, a actuar con firmeza en la situación concreta en que se encuentra, aunque la decisión elegida no sea atractiva para él.
  4. Conductual (behavioral): al final del proceso, la persona virtuosa lleva a cabo la acción elegida, porque tiene la fortaleza de voluntad necesaria para superar las presiones a corto plazo y las tentaciones que se lo dificultan.

En resumen, un directivo ético está en condiciones de ser un directivo excelente porque está desarrollando los hábitos que le permiten tomar mejores decisiones, ahora y en el futuro, evitando los aprendizajes evaluativos negativos y, en lo posible, facilitando los positivos, tanto en él mismo como en su organización y en las personas que dependen de él. Y la principal razón por la cual un directivo puede decidirse a actuar siempre éticamente es que esto implica que está esforzándose por ser un directivo excelente, en el que conceptos morales como deber, profesionalidad, excelencia, buen ciudadano, cultura ética, etc. tendrán cabida.

Los Comentarios de la Cátedra son breves artículos que desarrollan, sin grandes pretensiones académicas, algún tema de interés y actualidad sobre Responsabilidad Social de las Empresas.

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