Populismos (III)

En dos entradas anteriores me he referido a las causas del auge populista actual y a sus contenidos principales. Era solo un resumen de lo que dicen los expertos sobre el populismo. No todo es relevante en cada ocasión, ni presenta siempre los mismos caracteres, pero está ahí latente y, en la medida en que se trata de una degeneración del modelo democrático liberal, es poco probable que desaparezca en breve, aunque puede perder importancia si los problemas económicos se van resolviendo. En todo caso, acabaré con algunas sugerencias, sin demasiado convencimiento:

  • No debemos ignorar al populismo, porque es muy contagioso: condiciona la forma de hacer política y empuja a los demás políticos a sumarse a sus métodos y propuestas.
  • Seamos prudentes en nuestras descalificaciones. Cuando Donald Trump, a quien muchos presentan como paradigma de político populista, ganó las elecciones presidenciales en Estados Unidos, un periódico muy representativo del establishment demócrata ponía en un pie de foto que Trump había lanzado a los trabajadores blancos poco cualificados, resentidos por la pérdida de sus privilegios, contra los jóvenes dinámicos e inteligentes, la esperanza del futuro. Si alguien se siente maltratado, empecemos pensando qué parte de razón puede tener, y cómo actuaríamos nosotros en sus circunstancias.
  • Revisemos nuestras políticas macroeconómicas, fiscales, industriales y comerciales, y esto vale para las naciones y para las empresas. No se trata de subir los salarios o ser más generosos con el seguro de desempleo, sino de ver cómo podemos plantear nuestras estrategias para no hacer daño innecesariamente.

Es verdad que nadie tiene derecho a esperar que su nivel de vida crecerá continuamente y, por tanto, no debería irritarse si su renta real se ha estancado desde hace años. Pero “alguien” le debió trnasmitir esa expectativa; quizás un empresario que trataba de multiplicar sus ventas cada año. O un gurú que buscaba éxito mediático. O un economista que afirmaba que el crecimiento del PIB debía ser el objetivo de las políticas que recomendaba, sin pararse a pensar en los efectos negativos de esta medida. Porque la globalización, el progreso tecnológico o la rebaja de impuestos elevan el nivel de vida del conjunto, pero perjudican a algunos de manera directa y a corto plazo, por ejemplo cuando la necesaria flexibilidad laboral, que permitiría la recolocación rápida de los parados, no existe. Porque vivimos en un sistema económico bueno, pero no perfecto.