Sí, la Navidad es época de buenos deseos. Pero también tenemos la experiencia de que los buenos deseos de la Navidad rara vez duran más allá de las primeras semanas de enero. Supongo que esto se debe a la falta de virtudes. Una virtud tiene un componente digamos intelectual, otro emocional y otro volitivo.
El aspecto intelectual nos dice por qué hemos de hacer algo: por qué he de ser leal, sincero, humilde… por qué he de perder peso, ser más ordenado, vivir mejor la puntualidad… sonreir más frecuentemente, interesarme por las cosas de los demás… Ese conocimiento nos ayudará a tomar una buena decisión: si no sabemos por qué la tomamos, o no estamos convencidos de que eso es bueno, el propósito no durará mucho.
El emocional sirve de espoleta, de detonador. Ver el sufrimiento de un niño nos llama a la generosidad; sentir la vergüenza de que nuestros amigos vean el desorden de nuestra oficina nos animará a ordenarla. Pero lo más probable es que ese empujón dure poco. Si es de una sola vez, porque no nos acordamos más; si es muy frecuente, porque nos aburre o nos endurecemos o perdemos sensibilidad. Habitualmente, el subidón emocional tiene que traducirse inmediatamente en una reflexión y estudio y, muy muy pronto, en una decisión. Por eso los que venden por internet o por televisión te dicen que compres ahora, o que llames ahora. Pero a ellos les preocupa poco la continuidad: y eso pertenece a la tercera dimensión.
Porque la clave está en la dimensión volitiva: debo hacer tal cosa, y estoy decidido a hacerlo, y a hacerlo ya, poniendo toda la carne en el asador. Hay trucos que nos pueden servir. Uno es el examen frecuente. Otro, pedir la ayuda de alguien que nos exija o nos controle (antiguamente la gente ahorraba durante el año para tener dinero para las compras de Navidad, y lo hacía ingresando el dinero en alguna institución, con el encargo explícito de no devolver el dinero antes de, digamos, el 15 de diciembre). Es muy bueno fijarse metas pequeñas, muy concretas y a muy corto plazo. ¿Quieres ser más amable? Vete ahora a la oficina de al lado y pregunta a quien está allí cómo está, qué va a hacer en estas Navidades, si todos están bien en casa, etc. Y luego ponte otro objetivo para dentro de un rato, cuando llegues a casa; y para más tarde, cuando tengas tiempo para llemar a tu primo con quien no te llevas bien… ¡Ah!, y como esto no durará mucho, vuelve a empezar. Otra vez. Sí, ya sé que has fracasado en los últimos veinte intentos, pero vuelve a empezar. Porque -y aquí está la clave- has de adquirir el hábito operativo de lo que sea: ser amable, bajar peso, sonreir siempre…
Y, si eres creyente, reza por esa intención. Esto tiene tres objetivos. Uno, ganarte la cooperación de alguien más, Dios en este caso, que te ayudará. Y otro, convencerte tú de que no estás solo, o sea, de que tienes esa ayuda externa, y la tienes aunque no la notes, aunque sed retrase… Y también para implicar a otros, cuando, por ejemplo, pides ayuda a Dios para ser tú más ordenado, pero también para que tus hijos sean más ordenados, de modo que tú debes luchar porque quieres ser ordenado y también porque quieres que tus hijos sean más ordenados y, claro, no los puedes dejar solos, no puedes fallarles. O sea que… a luchar, porque ahora ya no lo haces solo por ti, sino, sobre todo, por ellos.
Sí, la Navidad es una época de buenos deseos. Pero algunos son eficaces y otros no. Es ley de vida. Lo importante es que no te desanimes. Porque, ya te lo digo ahora, te morirás desordenado, mal carado, impuntual o lo que sea, pero te morirás feliz, porque habrás pasado unos cuantos años de tu vida intentando ser mejor. Y, a diferencia de las olimpiadas humanas, el premio -la felicidad en esta tierra, y luego en la otra- no se promete al que siempre triunfa, sino al que sigue intentándolo hasta un rato antes de morir. ¿No te lo crees? Bueno, haz la prueba, y cuando llegues a la otra vida ya me contarás tu experiencia. La felicidad no es una hoja de servicios intachable y, por tanto, imposible, sino la humildad de volver a intentarlo cada día. Y esto está al alcance de todos.
En la Navidad los cristianos recordamos el nacimiento de un Niño, que era -que es- Dios. Lo que él nos trajo no es la promesa del éxito, sino la seguridad de que, si lo intentamos una vez y otra, al final lo conseguiremos. Y, entre tanto, nos habremos hecho mejores, porque -y esto forma parte del mensaje que nos dejó aquel Niño- nos hacemos mejores cuando tratamos de hacer mejores a los demás.
Muy feliz Navidad a todos.
Antonio Argandoña es Profesor Emérito de Economía del IESE.
Gracias por tus comentarios, jo tambien te deseo una Buena Navidad
Luis Maria Armengou Marsans
Gracias por la reflexión don Antonio. A empezar de nuevo entonces.
Feliz navidad para usted
FELIZ NAVIDAD !!!!!!!!!!