En una entrada anterior dejé al lector con la teoría neoclásica en la mano, enfrentado a una teoría de la empresa que no era tal, sino solo un trozo de la teoría del equilibrio general competitivo, en la que es el mercado el que crea valor económico. Pero, claro, la empresa existe, está ahí, y no queda otro remedio que prestarle atención. Porque, además, los supuestos de esa teoría del equilibrio general no se cumplen. Nunca. Las preferencias de los agentes no son independientes; no hay mercados para todos los bienes; la información es imperfecta; hay bienes públicos; se producen efectos externos, positivos y negativos; no hay competencia perfecta, ni libre entrada y salida; los mercados no están siempre en equilibrio; la vuelta al equilibrio no es instantánea…
A partir de ahí va apareciendo un conjunto de teorías que llevan a cabo la ampliación de la teoría neoclásica. No son teorías alternativas, sino que van fijándose en un aspecto u otro del proceso de creación de valor en el que colabora la empresa. No se trata, pues, de decir que esta teoría es buena y aquella otra no lo es, sino que todas aportan algo. Y la evolución de esas aportaciones es lo que me interesa señalar ahora.
Empezamos con la teoría de los costes de transacción (Coase): la empresa existe porque las transacciones en el mercado tienen costes (de búsqueda de la información, de elaboración de contratos, etc.), que se evitan si la libertad del mercado se cambia por el ordeno y mando del empresario. Por tanto, primer punto importante: la empresa tiene un papel en la creación de valor, aparte del mercado.
La teoría anterior se complementa con la teoría de la agencia (Jensen y Meckling), que explica cómo se organiza la empresa. Los propietarios (el principal) eligen unos gestores el (agente) para que se encarguen de la gestión de la empresa, de acuerdo con su objetivo, que es la maximización del valor para el accionista. Pero el gestor puede actuar contra el interés del accionista: un motivo para que la creación de valor no sea óptima cuando intervienen las empresas, aunque esto tiene remedio, si los intereses de los gestores se alinean con los de los propietarios.
Pero ¿qué es una empresa? Un conjunto de contratos, explícitos o implícitos (Alchian y Demsetz): todo se arregla con contratos, distintos de los del mercado, pero contratos al fin. La empresa es un sistema de producción cooperativo, en que los que colaboran se unen mediante contratos: otro paso adelante: no hay tanta diferencia entre la empresa y el mercado. En el límite, la empresa no existe, es solo una figura, un velo que cubre esos contratos (Fama, Cheung, Alchian).
Ya hemos dado unas cuantas vueltas al tema de la empresa, que crea valor aparte del mercado. Pero, ¿por qué? Ya hemos apuntado que hace falta la colaboración de los propietarios de recursos. Estamos a punto de dar otro paso, que dejaremos para otro día.
Los Comentarios de la Cátedra son breves artículos que desarrollan, sin grandes pretensiones académicas, algún tema de interés y actualidad sobre Responsabilidad Social de las Empresas.
La verdad que las empresas siempre van cambiando continuamente, se dice el dicho de «renovarse o morir», nosotros en un taller de coches que tenemos donde somos especialistas en los códigos de falla de los automóviles, por ejemplo: el código P0420 o el código P0340, vamos cambiando cada año.
Espero que esto siga así de bien siempre y podamos ir ascendiendo y convertirnos en una empresa ejemplar dentro del sector del automóvil.
Muchas gracias por este contenido Antonio. Pase unas felices fiestas y un próspero año 2018! 🙂
Gracias profesor por esta entrada complementaria de la anterior. Sea como sea que se organice, funcione y responsabilice una empresa, su valor se mide en una escala de valor: valor que por ser matemáticamente representable -un número, complejo, por cierto- debe someterse a unas reglas ya conocidas y que son infinitas, pero hay una, llamada coherencia económica por mí (disculpe el mktn); que se asimila a la mano invisible y está por debajo de la ética. La reducción del valor de una empresa a un número vale en un contexto reduccionista y lamentablemente, es el que nos rige y lleva a corrupciones nunca vistas antes en la historia. Ése es el problema, que no hay que regirse por un número pero todos lo hacemos y las «teorías» cuantitativas peor. La empresa que se rige por su valor «agregado» está reducida a ese valor. No se debe pagar como recompensa del trabajo, allí está el error. Se debe medir lo que cuesta un bien, pero no regirse por su valor de intercambio pues eso es un reduccionismo. Medir solo sirve para registrar lo que nos cuesta ganar o perder por producirlo, pero reducir la recompensa o castigo a ese valor es un error directivo que ya debe subsanarse, lo antes posible. Solo pueden ser directivos los que saben producir (prudencia operativa, para efectos operativos) y los que saben mandar (prudencia de gobierno). Se contrata a gente incapaz de gobernar porque no se sabe cómo medir sus virtudes ya que no hay otra que «un hombre bueno» como decía Aristóteles y … ¡vaya usted a encontrarlo! … tal vez el 2018 aparezca uno.