No tener miedo a ejercer el poder

El título de esta entrada me lo sugiero un artículo de Project Syndicate publicado hace pocos días, con el título de «Europa debe perder el miedo a ejercer el poder». Bueno, no soy un experto en política, de modo que no puedo meterme en las honduras de los conflictos de Europa con Estados Unidos, con Rusia, con Turquía, con Irán, con Siria… ¡con medio mundo! Pero sí puedo hacer algunas consideraciones, de la mano de un buen amigo mío, conocido ya por mis lectores: el difunto profesor Juan Antonio Pérez López, que en sus «Fundamentos de la dirección de empresas» habló también del poder, aplicado a la empresa, pero que admite un cambio de entorno a las relaciones internacionales.

El poder, decía Juan Antonio, es la capacidad de influir en los comportamientos de las personas -y esto vale también para los actores internacionales. ¿Cómo se puede influir? Mediante lo que él llamaba poder manipulativo o el poder afectivo. El primero recurre a la amenaza, la presión, el chalaneo (te doy esto a cambio de lo otro)… El otro, el afectivo, es lo que llamamos autoridad: quiero influir en tus decisiones, dándote confianza de que quiero lo mejor, para mí y los míos, pero también para ti y los tuyos. O sea, te propongo que actúes de determinada manera, no porque te interesa, sino porque es bueno para ti, aunque no te reporte ninguna ventaja inmediata. «Músicas celestiales», me dice el lector: esto no funciona. Claro, no funciona en un entorno en que todos van a sacar ventajas para sí mismos, a costa de los otros si es conveniente. Pero me parece que sí puede funcionar si uno empieza con unos principios de lo que es una buena convivencia entre naciones, y procura atenerse a esos principios, en la medida de lo posible.

Juan Antonio señalaba tres errores, graves, en el ejercicio del poder. Uno: usarlo injustamente, para quitar a alguien algo a lo que tiene derecho. Esto destruye la autoridad inmediatamente. Dos: no usar el poder cuando debe usarse, porque revela falta de competencia en el que dirige o manda. Y tres, uso inútil del poder, cuando establece demasiadas restricciones a la libertad e iniciativa de la persona, de modo que se va deteriorando, poco a poco.

Obviamente, no he conseguido convencer a ningún político que pueda leerme. Pero si me ha leído alguien que tiene, o puede tener, poder -un director de empresa, o un directivo de segundo o cuarto nivel, un padre de familia, un maestro…- puede serle útil algo de lo que he dicho aquí.