Estoy escribiendo sobre Paul Samuelson; un día de estos os lo contaré. Ahora solo quiero utilizar al Premio Nobel de Economía de 1970 como un argumento de autoridad: decía Samuelson que, si China mejora su capacidad tecnológica y mantiene unos salarios más bajos que los de los norteamericanos, los trabajadores de Estados Unidos verán reducido su empleo y sus salarios. Claro que los bienes de consumo importados de China serán más baratos, y que el conjunto de la sociedad americana vivirá mejor. Pero el problema ya está servido: el libro comercio no asegura un reparto «justo» de las ventajas. Y la promesa de felicidad para todos «a largo plazo» será verdadera… dentro de muchos años. Bueno, pues leí hace poco un artículo de Robert Skidelsky en que vuelve sobre este tema.
No quiero decir que haya que acabar con el libre comercio, ni mucho menos. Pero sí que, si no nos damos cuenta de este problema, no entenderemos que haya mucha gente que se muestra partidaria de las políticas proteccionistas de Trump. ¿Hace bien el Presidente con su política? Me sumo al número de los críticos, pero me apresuro a añadir que la solución no está en dar marcha atrás a esa política errónea. El criterio de decisión no puede ser simplemente que el PIB crece más con el libre comercio que con el proteccionismo, si el reparto de los costes y beneficios es demasiado desigual, y si no se toman medidas para corregir esa desigualdad. Y, obviamente, la idea de volver a capacitar a los trabajadores de las industrias en decadencia no parece demasiado realista, porque muchos de ellos no están en condiciones de aprender otro oficio, porque no hay empresas con esos nuevos oficios en sus alrededores, porque no tenemos maestros preparados para esa enseñanza, ni escuelas adaptadas a esa necesidad, y ni siquiera sabemos qué hay que enseñarles. La otra solución es el subsidio a los parados. Pero entonces nos hemos de preguntar por la procedencia de esos fondos si, como decía Milton Friedman, no hay comidas gratis.
Moraleja: defendamos el libre comercio, pero contestemos de manera convincente a todas las preguntas que esto plantea.
Como le decía en «mi libro» profesor Argandoña, no es cuestión de políticas sino de números. Lo que he llamado Coherencia Económica (CE) es un invariante matemático que ya se conocía desde Arquímedes: Ley de la Palanca. No importa cuál sea la política que se establezca, la CE hará su parte (contra-variante, o sea, temporal) y la cosas tomarán el curso que esa ley (la de la CE) imponga. Y eso es algo que hay que prever para cualquier política en el mercado. Es algo que se explica gracias a la eficiencia del dinero-circulación y si una política es ineficiente también funcionará. Hoy por hoy, lo que vale no es cómo «funciona» esa contra-varianza, sino cómo funciona el mercado sabiendo que existe esa contra-varianza.