El Círculo de Economía, el CIDOB y EuropeG me invitaron a participar en una mesa redonda, el pasado martes 25 de septiembre, a propósito de un ciclo sobre «Diez año de la caída de Lehman Brothers». La mesa era sobre «La respuesta de las sociedades occidentales a la crisis. Descrédito de la política y populismo. ¿El capitalismo en riesgo?», y la compartí con Sandra León, de la Universidad de York, y Josep Ramoneda, filósofo y periodista, moderados por Antoni Castells, y venía después de una interesantísima conferencia de Robert Skidelsky, profesor emérito de la Universidad de Warwick. Aprendí mucho, como me suele pasar en estos casos. Aquí haré un resumen de algunas de las cosas que dije.
Empecé explicando algo que ya he comentado otras veces en este blog: nuestra sociedad, al menos la española, no tiene objetivos sociales compartidos. Los tuvo en los años 40 (sobrevivir), 50 (vivir decentemente), 60 (luchar por tener una casa, escuela para los hijos), 70 (¡oh, la democracia!), 80 (Europa, el estado del bienestar), 90 (el euro, el progreso…). Y se acabó. En los años 2000 no hay proyecto; solo hay muchos proyectos más o menos personales o compartidos, pero no algo que justifique una política común para todos los ciudadanos. Por tanto, la política se ha hecho cortoplacista, se ha limitado a la racionalización de los medios, y está presidida por el utilitarismo social: la gente quiere que «le resuelvan» cuestiones como sanidad, educación, vivienda, empleo, pensión, para tener la libertad de hacer lo que quiera con su vida.
¿Está en crisis el capitalismo? Expliqué que capitalismo significa propiedad privada, mercado como mecanismo de coordinación de decisiones, motivaciones personales y de beneficios, libertad de intercambio y de empresa, un marco legal, institucional y cultural y, envolviéndolo todo, un sistema de valores, ideas y teorías, no siempre coherente. Todo esto determina unos incentivos, que dan lugar a unos resultados. Históricamente, los resultados fueron muy buenos: la humanidad salió del hambre y de la pobreza gracias a todo esto. Pero ahora, los resultados no son suficientes: se dan por supuestos en una sociedad de derechos (con muy pocos deberes), el marco legal e institucional no siempre funciona bien (falta de competencia, corrupción, fallos del estado de derecho y de la democracia liberal), todo lo cual remite a aquel sistema de valores, ideas y teorías que no tiene suficiente coherencia.
El malestar social, dije también, tiene que ver con la crisis, pero me parece que tiene que ver con algo anterior y de mayor nivel. Por ejemplo, las reglas del reparto de la tarta, que explica la teoría convencional, son que a los participantes se les paga por el valor de su contribución al producto interior bruto. Pero la realidad puede estar muy lejos de esto, por falta de competencia, porque a menudo «el que queda primero se lleva todo el premio», porque hay quienes se aprovechan de las ventajas creadas. Esto da lugar a un malestar social, que también puede explicarse de otro modo: aquellas reglas del juego, que hacen que todos ganemos, dejan de funcionar, primero, cuando el crecimiento se detiene (por ejemplo, en la crisis financiera), porque a partir de entonces algunos no mejoran, y otros sí. También dejan de funcionar las reglas si la tecnología o la globalización cambian las ventajas (muchos se encuentran en la lista de perdedores); la educación deja de ser una garantía de éxito (la escala social ascendente), y hay problemas específicos, como el multiplicarse los alquileres en ciudades como Barcelona, el terrorismo, la inmigración (¡vienen a quitarnos nuestro trabajo!)… El resultado de todo esto es desconcierto, inseguridad, miedo… Y ese malestar es el que pone en peligro del buen funcionamiento del sistema.
Quizás ha llegado la hora de hacer borrón y cuenta nueva. Escribir y planificar un nuevo sistema económico y votarlo. Viva la utopía.
Como siempre profesor, acá «molestando»: la zona política de la economía tiene dos grandes sectores: la de los valores y la de los servicios (dados y percibidos). La de los valores subordina a la de servicios, pero ésta se cuantifica en números para los diversos servicios: es la actividad económica (T), que se estima con la distribución de Boltzmann. Mientras no se haga esa cuantificación los políticos no tendrán un medio para asegurar el bienestar que los servicios ciudadanos pueden aportar