Tema espinoso, me dijo un amigo. Sí, pero me parece que hemos de pensarlo un poco más, ¿no? El inspirador directo de esta entrada fue el titular de un periódico español, hace unos días: «No sólo cúpulas: el gobierno impondrá cuotas de mujeres en los cargos intermedios en las empresas». Se trata de algo que, parece, se incluirá en la próxima Ley de igualdad de trato y oportunidades entre mujeres y hombres en el empleo y en la ocupación. Tema espinoso por la susceptibilidad que lo rodea. Voy a plantearlo dando vueltas, sin orden alguno, a un tema parecido. Y, ya lo aclaro desde ahora, voy a ser desordenado, pero me imagino que una discusión en una clase por el método del caso saldría más o menos así.
El caso es el siguiente. Un conocido mío me contó, hace ya muchos años, que había dado clases durante unos meses en una escuela de dirección de empresas en Estados Unidos. Los exámenes eran ciegos; solo se identificaba al alumno por un número. Mi amigo calificó a sus alumnos, buscó los nombres y fue a ver al Decano de la escuela: todos los suspendidos eran afroamericanos. La respuesta del Decano fue terminante: cambia las notas.
Este consejo era bueno para los alumnos de color, y probablemente no era demasiado malo para los demás alumnos, al menos en el sentido de que, probablemente, todos consiguieron su flamante título. O quizás alguno no pudo culminar el programa, si, además de la cuota por color, había un límite al número de suspensos que podía tener un alumnos. Esto sería injusto para este alumno, al menos de acuerdo con las reglas del juego vigentes. Algunos alumnos se beneficiaron de las cuotas: esto, ¿era también injusto? El profesor se debió sentir disgustado, por tener que dar unos aprobados que, probablemente, no consideraba justos. O quizás pensó, simplemente, que eran las reglas del juego…
No sé si la sociedad se vio perjudicada por la llegada al mercado de trabajo de alumnos con un título conseguido por la vía de las cuotas, no por méritos propios; a la hora de la verdad, el título otorgado por la universidad es solo un componente, y quizás pequeño, de la cualificación de los alumnos. Los éxitos profesionales no tienen por qué estar demasiado relacionados con los resultados de unos exámenes: a veces, los peores calificados son los que triunfan en la vida, sea lo que sea lo que signifique triunfar: ganar mucho dinero, contribuir al crecimiento económico del país…
Quizás la sociedad salió ganando, porque pudo ofrecer mejores oportunidades a unos ciudadanos que, de otro modo, se habrían quedado con títulos de segunda clase. Se supone que la cuota de alumnos de color trataba de corregir lo que se suponía era una discriminación injusta, prolongada quizás durante generaciones. Objetivamente, los alumnos aprobados no habían llegado a la nota mínima, pero si la sociedad les había dejado en una vía de segunda clase, por el color de su piel; si sus padres tuvieron menos oportunidades de formarse y de educar mejor a sus hijos, de modo que estos se encontraron en un ambiente familiar y social que no facilitaba su plena realización… entonces la sociedad estaba corrigiendo un fallo anterior.
¿Era la cuota la mejor manera de corregir ese fallo? Otra manera era tratar de mejorar el nivel económico y cultural de los padres, de modo que sus hijos consiguiesen mejores resultados en sus estudios y, luego, en la vida. Pero esta es una solución demasiado lenta: pueden pasar varias generaciones hasta que unos padres pobres y sin estudios estén en condiciones de poner a sus hijos en una situación de competir sin desventaja con los hijos de padres ricos y educados. ¿Qué quiere decir poner a todas las personas en condiciones equivalentes, a la hora de luchar por conseguir algo que valga la pena en la vida? ¿Es la sociedad una máquina de atropellar a los pobres y desfavorecidos? ¿Qué mecanismos llevan a eso? ¿Por qué eso puede ser así en unas sociedades, y no en otras?
¿Qué pasó en las empresas que contrataron a los alumnos que habían conseguido el título? ¿Salieron perjudicadas, al haber candidatos que, objetivamente, no habrían recibido el título, si las reglas hubiesen sido otras? Las empresas tienen el derecho a contratar a las personas que desean, de acuerdo con sus cualificaciones, su experiencia, etc., pero ese derecho se vio alterado por una información sesgada: los títulos no reflejaban la situación real, aunque puede haber también otras muchas razones para que esto no se cumple muchas veces. No sé si las empresas debían observar también cuotas de empleados por el color de su piel, lo cual implicaba un segundo sesgo en sus decisiones… El cambio de reglas imponía, de alguna manera, una desventaja relativa a las empresas que contrataban a alumnos que habían recibido su título por razón de las cuotas. O sea, algunos alumnos, que se supone fueron perjudicados por el color de su piel y por la situación de sus padres, se vieron beneficiados; otros se vieron perjudicados; las empresas que contrataron a los primeros quizás se vieron también perjudicadas, aunque quizás no en todos los casos… La justicia distributiva dice que los costes y beneficios en la sociedad se deben distribuir de una manera equitativa, pero, claro, no puede decidir si lo equitativo es el resultado del examen, o si se deben tener en cuenta también la consecuencia de situaciones anteriores, algunas de las cuales se remontan a generaciones atrás.
Ya se ve que, como en otras muchas situaciones, el caso que consideramos tienen interpretaciones distintas, según los supuestos que se hagan. Y luego viene lo más difícil: tomar una decisión, que implica, primero, conocer los hechos (ya los hemos presentado, aunque, es verdad, de manera muy poco rigurosa); segundo, tener un diagnóstico (y en esto nos hemos quedado cortos); tercero, formular las condiciones que impondremos a las posibles soluciones, para tomar la decisión adecuada (sobre esto no hemos dicho nada); cuarto, tener un listado de las soluciones posibles (otra cosa que no hemos hecho); quinto, tomar la decisión y, finalmente, llevarla a la práctica.
Bueno, no hemos resuelto el caso de las cuotas de mujeres en puestos directivos, pero me parece que ya han aparecido aquí los principales argumentos que se pueden considerar en el caso que la ministra anunciaba en sus declaraciones. Solo quiero subrayar algo que he puesto en el párrafo anterior: no hemos formulado las condiciones que debe tener una buena solución (porque solo hemos considerado un aspecto del problema: el tratamiento del color de la piel), no hemos elaborado un listado de alternativas posibles y, por tanto, no hemos podido tomar la mejor decisión. Bueno, la vida suele ser así…
Lo bueno de la contra-varianza es que permite calcular la velocidad de adaptación al cambio.