El título de esta entrada es la traducción (libre, como suelen ser la mías) del título de un libro reciente de Kaushik Basu, «The Republic of Beliefs». Trata de la aplicación de la teoría de juegos a la política, o mejor, al ámbito que solemos llamar de la ley y la economía. La ley existe, y la ley es observada, probablemente como consecuencia de un complejo de normas sociales, historia e instituciones. «Para que la ley desarrolle sus raíces y la regla de la ley (the rule of law, el estado de derecho) prevalezca, hace falta que los ciudadanos corrientes crean en la ley, y crean que otros creerán también en la ley. Y puede que estas creencias y metacreencias tarden mucho tiempo en afianzarse en la sociedad».
Algo parecido ocurre con las normas sociales, que también tienen un grado más o menos elevado de aceptación social, sin la fuerza de los jueces y la policía. En todo caso, no podemos esperar que una vez hecha la ley, será aceptada por todos o aun por algunos. Basu, como buen economista, piensa que la gente actúa siempre maximizando su bienestar de manera racional. Pero, ¿cómo cambia la ley las conductas de las personas y sus resultados? Basu supone que cambiando las creencias sobre si otros la aceptarán también o no. O sea, al final, no hay tanta diferencia entre una norma social y una ley: ambas las aceptamos porque suponemos que los demás las aceptarán también. Y Basu concluye que, por tanto, lo que se consigue mediante la ley se puede conseguir también sin ella. La diferencia es que, con la ley y el poder coactivo del Estado, la aceptación de los demás es más fácil y, por tanto, mi acomodación a la ley debe ser más rápida. Basu no lo discute, pero me parece que ahí entra el conocimiento, digamos teórico, de la ética: la convicción de que debo cumplir la ley o una norma social forma parte de ese proceso de formación de la creencia sobre el poder normativo de la ley o de la costumbre social.
Lo que ocurre, por ejemplo, con la corrupción es que hay una ley que no es aceptada por todos y, principalmente, por los que la deben aceptar: los que trabajan en las oficinas públicas y los que se relacionan con ellas. Basu comenta largamente algo que parece una perogrullada, pero que es relevante: no solo es importante que la gente «crea» en la ley, sino también que «deje de creer» en lo que no es la ley, o en la ley anterior, que ha sido superada por una nueva. Y, claro, también hemos de «borrar» de nuestra mente y de nuestra conducta la creencia de que los demás aceptarán eso, como nosotros.
Basu hace notar que «gracias a la evolución de la tecnología, las estructuras de mercado están cambiando de forma tal que hace necesario que se produzcan intervenciones colectivas que aseguren que el barco no se hundirá cuando cada uno trate de poner en práctica su propio interés… Probablemente, necesitaremos pensar diferentes tipos de intervenciones legales y administrativas que permitan a la economía funcionar eficientemente».
Con el futuro de la tecnología, más que eficiente sera más seguro y menos corrupto. Por ejemplo con el blockchain, que más como un sistema que beneficiara a la economía y la tecnología, se extenderá a la política. El DAO, por ejemplo (Organización Autónoma Descentralizada) hará que la los usuarios puedan participar en un sistema de votación, como votar al electorado, propuestas o decisiones del gobierno. Con unos presupuestos más transparentes. Lo cuál obligará también al gobierno a serlo.
Pero hay que exigir a las creencias que sean correctas, si no, terminaríamos creyendo que la tierra es plana como era antes de Platón. Eratóstenes comprobó que era redonda y a pesar de todo se mantuvo la creencia hasta Copérnico (bueno, es que no había imprenta antes, lo que lo hace más comprensible). El mejor modo de asegurar que una creencia es correcta es que se asocie a unos números y eso «funcione» como lo viene haciendo la economía a través de los números o monedas desde hace miles de años. No es casualidad. Pero los números tienen un modo de funcionar correcto. Si no se tiene esto en cuenta, se termina corrompiendo todo. Disculpe profesor que parezca pesimista, porque no lo soy, pero es lo que he visto en mis pocos años de vida en mi querido Perú.