Felicidades, lector: ¡es Navidad!, aunque parezca muy comercializada…

Como en todo, a la pregunta de si hemos comercializado demasiado la Navidad, tendremos dos respuestas extremas, sí, y no, y muchas intermedias. ¡Bendita variedad de opiniones, tan preocupante para algunos, tan humana para otros!

Sí. Basta ver nuestros comercios llenos de luces, los anuncios en todas partes, el ambiente mercantilista de nuestras ciudades…

No. Los Reyes Magos fueron a Belén cargados de regalos. Oro, incienso y mirra, dice la leyenda. El oro está bien, servía para las necesidades de la familia de María y José: era dinero. El incienso y la mirra parecen poco útiles para una familia con un niño recién nacido, lejos de casa… Eso de hacer regalos está muy bien: corresponde a la tradición del acontecimiento que celebramos. Pero a María y a José les hubiese venido mejor un cheque regalo para comprar, pañales, pan, leche… Los regalos de Belén estaban poco comercializados.

O sea, lo propio de la Navidad no es comprar, sino regalar. Pero para regalar hay que comprar. Durante siglos, la Navidad estuvo llena de comidas para pobres, de dar dinero al que pasa hambre en la casa vecina, acoger al que duerme al raso… Lo propio de la Navidad es la generosidad. Y la generosidad no es puramente financiera. Durante muchos siglos, los regalos iban a los niños y a los pobres. Ahora, van muchas veces a los no niños y no pobres, pero próximos a nosotros… Leí hace poco que las estadísticas muestran un aumento considerable en las donaciones caritativas a fin de año; no sé si es por el espíritu de la Navidad, o por la oportunidad que da el hacer las cuentas finales del año, ver si algo nos sobra y, si es así, dar. O sea, damos porque somos más ricos…

Para dar hay que tener. Quizás damos de lo que nos sobra: está bien. Otros dan también de lo que no les sobra: está muy, pero que muy bien. A veces, regalamos para satisfacer una necesidad de otro: muy bien. O para mostrar que somos generosos: esto es bueno, si lo que cuenta son los resultados, pero no lo es tanto, si lo que cuenta es nuestro aprendizaje como personas. O damos para seguir una costumbre, para no ser menos que los que dan…: tampoco esto nos enseña a ser más humanos. Y aquí quería llegar: cuando los escaparates, las luces y la música nos invita a comprar, pensemos qué necesidad de qué persona estamos satisfaciendo. ¿Realmente, quiero el bien para ese pariente al que le regalo algo que no le hace falta, solo para mostrar que soy generoso? La intención cuenta, y mucho, en todas nuestras acciones.

Leí hace unos días unos comentarios sobre este tema en un blog, y el autor acababa recomendando aprovechar las fiestas para visitar una iglesia. Por razones culturales: el arte, la música, la belleza… O por razones religiosas: porque ese es un buen lugar para pararnos a pensar: ¿qué celebramos en la Navidad? ¿Que somos ricos, que tenemos dinero…? ¿Que estamos rodeados de gente que nos cae bien y a la que caemos bien, o con la que no nos queda otro remedio que llevarnos bien? ¿Que hace veinte siglos pasó algo que movió a unos Reyes a hacer regalos a un Niño recién nacido? ¿Quién era ese Niño? ¿Que vino a hacer con nosotros?

Feliz día de Navidad, lectores. Que el Niño Dios, cuyo nacimiento celebramos el 25 de diciembre, os llene de alegría y felicidad. Alegría que empieza cuando abrimos nuestro corazón y nuestra mente, para dar cabida a las necesidades de los demás. De los próximos, claro, pero también de los remotos. De los que nos caen bien, y de los que nos caen rematadamente mal. Y, al llegar a este punto, nos damos cuenta de que la Navidad es un regalo que nos hace ese Niño, un regalo que nos abre el corazón y la cabeza, para ser más humanos, porque nos hace también más divinos. Lo importante no es gastar, sino recibir.

Etiquetas:

One thought on “Felicidades, lector: ¡es Navidad!, aunque parezca muy comercializada…

  1. En el libro de Polo: Epistemología, Creación y Eternidad hay una cita que creo yo expresa la noción del origen de los regalos y coincide con esta entrada suya, profesor: «el hecho de que María sea Madre de Dios sobrepasa lo que se llama milagro. Una homilía anónima sobre la Anunciación a la Virgen, que se suele atribuir a San Juan Crisóstomo –por eso se le llama el Pseudo-Crisóstomo–, parece sostenerlo de una forma muy delicada, al escenificar un diálogo entre el Señor y el arcángel Gabriel. San Gabriel dice que, por su omnipotencia, Dios puede realizar toda clase de prodigios, pero que la Encarnación del Verbo supera cualquier milagro, puesto que la estancia del Verbo en el seno de la Virgen encierra la gran dificultad de que Dios no puede estar dentro de él sin quemarlo. Hay a continuación una alusión a la zarza ardiente, que no se consumía, como posible aclaración del prodigio. En este escrito patrístico se insinúa que la Encarnación sobrepasa la categoría de milagro, como ya he sugerido. La dificultad no tendría base si el cuerpo de Cristo fuera simplemente una criatura en el seno de la Virgen que, además, ha sido asumida por el Verbo». Feliz Navidad

Comments are closed.