Acabamos la entrada anterior poniendo a nuestro empleado en situación de vender un producto financiero inadecuado a un cliente ignorante, y veíamos la responsabilidad de la empresa y de sus directivos en esa acción que, probablemente, es inmoral (y digo probablemente, porque quizás el comprador esté en condiciones de asumir el riesgo que se le presenta, y lo desea, por la rentabilidad que espera recibir: o sea, no juzguemos a la ligera lo que nos cuentan…). Ahora pasaremos a los escalones superiores: el mercado (o sea, los competidores, las reglas, normas, leyes, regulaciones, costumbres…), el sector y la sociedad en su conjunto.
Lo que encontramos aquí no es un oasis de moralidad y buenas prácticas. Seguramente esa sociedad es individualista, es decir, la gente tiene sus preferencias, que nadie tiene derecho a juzgar, porque son suyas -esto es, al menos, lo que nos dicen. Por tanto, cada uno decide lo que quiere hacer, sin otra limitación que lo que le impongan la ley -pero, eso sí, saltándose la ley si le conviene y si la probabilidad de que le pillen es pequeña: esto forma parte de la cultura vigente. La ética imperante es relativista: cada uno decide por sí mismo lo que es bueno y lo que no lo es. Los valores de esa sociedad son el utilitarismo, el hedonismo, el emotivismo (lo que me gusta está bien, lo que no me gusta no está bien)… Y luego está la organización de la sociedad: la ley decide qué es ético y qué no lo es. La conducta de los ciudadanos se modela a través de incentivos, como en la empresa: económicos, de prestigio, de aceptación social… No hace falta que los ciudadanos sean honrados: basta que cumplan la ley, y si no la cumplen, recibirán el castigo correspondiente.
«¡Hombre!», me dice el lector: «has creado una visión de la sociedad muy negativa». Perdón: no me gusta ser negativo. Pero no olvidemos que lo que he escrito más arriba forma parte de nuestra cultura, de la de las sociedad occidentales postmodernas. Puede que no se aplique a todos, ni siquiera a la mayoría de ciudadanos. Pero sí que me lleva a algunas conclusiones.
La más importante es que las personas tomamos decisiones de acuerdo con un conjunto de factores, algunos ya explicados en estas entradas, y no nos debe extrañar que muchas de esas decisiones sean inmorales o, al menos, discutibles desde el punto de vista ético. No pretendo, ni mucho menos, exonerar de responsabilidad a los que toman esas decisiones -el engaño al cliente para venderle productos financieros inadecuados, en nuestro ejemplo. Pero hay que reconocer esa pluralidad de ámbitos que van configurando las decisiones, morales o inmorales. Permítame el lector que entre en algunos ejemplos más concretos, del mundo de las finanzas. Pero esto lo haré en la próxima entrada.
Estimado profesor Argandoña: Estimado profesor: por ser un límite supremo la velocidad de la luz (Maxwell, 1848), la ortogonalidad temporal es algo imposible para los cuerpos físicos. Las finanzas no pueden pasar por alto esta realidad. La imposible ortogonalidad del eje del tiempo en un sistema coordenado hace que una desviación pequeña pueda ser la diferencia entre llegar a Manhattan o a República Dominicana
Como descubrió Platón, nuestra mente es euclídea, y las mediciones numéricas deben ajustarse a reglas ortogonales. Polo agrega que la luz, aunque viaje en línea recta, se desvía a causa del movimiento circular que incoa el fin del universo. Ambos se integran en el Curso de Teoría del Conocimiento, con su Física de Causas.
¿Qué implicaciones siguen a estas limitaciones? Primero, el ciclo. Una decisión tiene un ciclo que influirá en todas las que le siguen. Hay que calcularlo y un modo de hacerlo es lo que propongo en mi libro de La Constante… Segundo, la exactitud de los cálculos. Pero de esto hay que hablar otro día. Saludos