Las «puertas giratorias» (revolving doors, en inglés), la posibilidad de pasar de la empresa a la política y/o de la política a la empresa, no tienen buena prensa. Como casi todo en la vida, pueden ser fuente de riesgos, pero también de oportunidades. Si solo vemos los riesgos, nunca entenderemos lo que puede pasar ahí.
La política, dicen, es una profesión especial. Bueno, dirigir una empresa también lo es. Pero la política es más especial, al menos en una democracia como la nuestra, con problemas de todo tipo. «Un país no se dirige como una empresa», dicen. Claro. Pero también hay que aprender a dirigir en la política. Y el que ha pasado años dirigiendo una empresa, o cualquier otra organización, ha desarrollado unas cualidades y capacidades que son útiles siempre, en cualquier lugar en que haga falta alguien que dirija. El empresario o directivo es una persona con conocimientos, capacidades, actitudes y valores para dirigir equipos humanos. Ha adquirido familiaridad con los problemas económicos; sabe lo que es un balance y una cuenta de resultados; ha tenido que diseñar una estrategia, negociar con los sindicatos, pelearse con los competidores, convencer a los clientes, atender a muchas cosas, tener criterios claros sobre lo que conviene y lo que no conviene… como decía aquel, ha tenido que planchar huevos y freír corbatas. Algunas de esas cosas forman parte del bagaje de los políticos «de carrera», pero otras muchas, no. Del mismo modo que el director de una entidad financiera, si quiere pasarse al sector del transporte, deberá aprender muchas cosas, lo mismo ocurre con el empresario que quiera convertirse en embajador, en asesor de un gobierno o en Director General de Prisiones. Pero además el empresario metido a político conoce muy bien una parte importante de la sociedad, la de los empresarios, consumidores y trabajadores; sabe lo que les va bien y lo que les perjudica, entiende sus reacciones y puede entablar diálogos fecundos con ellos. Y, si tuvo éxito, seguramente tiene una situación económica desahogada, poco propensa a las tentaciones de la corrupción.
El peligro del empresario metido a político es el conflicto de intereses: tener un sesgo en sus actuaciones en favor de la empresa de la que proviene. Pero esto mismo pasa en muchos casos, en la vida privada: por ejemplo, es frecuente que una empresa contrate a un directivo que venga del mismo sector, de modo que podrá tener preferencias por ciertos proveedores, o mejores tratos con ciertos clientes, o deseará llevarse consigo a sus empleados más eficaces, o conocerá muchos secretos de su antiguo empleo… Pero esto está contemplado en la legislación: lo que procede es que los controles y la transparencia funcionen bien.
La puerta giratoria funciona también en sentido contrario, de la política a la empresa privada. Los peligros son parecidos: un trato de favor a ciertas empresas o sectores, por si el político puede recalar en ellas cuando cambie el viento; la conservación a amistades y relaciones, que pueden dar lugar a tratos de favor de otros… Pero, insisto, esto pasa también en la empresa: los contratos de los directivos suelen tener cláusulas rigurosas sobre la posibilidad de trabajar en la competencia o de llevarse los secretos de una empresa a otra. De nuevo, lo que procede es cuidar las normas de prudencia y cumplir la ley. Pero ese lado del giro de la puerta también es muy conveniente, por otra razón. El sector privado suele pagar mejor que el público, al menos en ciertos niveles de la política. Es bueno que un político tenga la oportunidad de arreglar sus maltrechas finanzas, antes de llegar a la jubilación, porque, de otro modo, acabará sucumbiendo, como dije antes, a la tentación de la corrupción.
O sea: confiemos en la honestidad de las personas que cambian de profesión. Y, si hay riesgos, señalemos líneas rojas y cuidemos la transparencia y la claridad en las conductas.
Antonio Argandoña es Profesor Emérito de Economía del IESE.
De acuerdo profesor. Pero hay países como el mío, Perú; donde los políticos no han tenido siglos para madurar (nadie vive siglos, pero cuando se pasa de ser emperador a cola de león o viceversa, se aprende a través de las generaciones y aquí somos cabeza o cola de pericote) el aprendizaje se está llevando a cabo ahora y aunque no tome siglos (gracias a las comunicaciones, como decía mi profesor Alejandro LLano) tomará unos buenos (o malos) años. Creo que ustedes (me refiero a Europa) tienen mucho que enseñarnos y si no lo hacen porque ya no tienen hijos, la gran cantidad de nuevos peruanos que están naciendo se lo «cobrarán». Aunque nos hayamos portado mal, recuerden que somos descendientes de ustedes y que también los hemos acogido en sus malos momentos y con gran cariño. Quizá ya llegó el momento en que se tomen en serio que somos habitantes globales y que ustedes y nosotros merecemos aprender (y enseñar, dado el caso).
Gracias por tu comentario, Javier. Tomo nota de la responsabilidad que tenemos a este lado del Atlántico…