El National Institute for Food and Agriculture de los Estados Unidos ha promovido un estudio sobre el desperdicio en la comida de los hogares norteamericanos. Los estudios anteriores se referían al desperdicio global; en el caso de los hogares es más difícil calcularlo, porque no está claro qué es «comida desperdiciada». Los investigadores han partido de datos sobre los componentes de las familias y han calculado la cantidad de alimentos necesarios para mantener el peso de las personas, de modo que, por diferencia con lo que han comprado, pueden calcular el desperdicio. ¿Discutible? Sí, claro, pero… algo es algo, para empezar. El estudio no se refiere al desperdicio de envases, embalajes y similares, que merece un comentario aparte.
La conclusión general es que los norteamericanos desperdician del orden 1.866 dólares al año en alimentos por persona, casi el 32% de la cantidad de comida que compran. Como es lógico, el desperdicio varía mucho de unas familias a otras, pero incluso las más ahorradoras desperdician casi el 9% de sus compras. Las que más desperdician son las de mayores ingresos y las que practican dietas más sanas, porque consumen más alimentos perecederos, como verduras y fruta. Entre las que menos desperdician están las que tienen más inseguridad en su alimentación (probablemente porque no saben si comerán mañana) y las familias más numerosas (seguramente porque lo que no se come uno, se lo come otro). Entre los que menos desperdician están los que van al supermercado con una lista de lo necesario, lo que significa ya una actitud economizadora, y los que tienen que hacer viajes más largos para suministrarse.
El estudio es relevante porque no se desperdician solo patatas o pescado, sino tierra, trabajo, capital, recursos varios… un gran desperdicio nacional, que el consumidor paga, de modo que el desperdicio va contra él mismo. Y también porque ese desperdicio es un gran productor de gases de efecto invernadero -el estudio sugiere que los consumidores mundiales de alimentos serían los terceros, detrás de Estados Unidos y China, en emisiones de estos gases.
Leyendo esto me acuerdo el cuidado con que mi madre aprovechaba cualquier cosa que sobrase en la mesa, probablemente porque el nivel de ingresos de mi familia y la falta de abastecimientos en España en los años 40 y 50 era tan acuciante que la despilfarro era, simplemente, impensable. Ahora no tenemos esos incentivos económicos para ahorrar alimentos. Tendríamos que sustituirlos por actitudes moralmente responsables. Primero, en el ámbito personal y familiar: aunque mi economía me lo permite, ¿tengo derecho a hacerlo? Y segundo, en el terreno social: ¿me lo puede permitir mi sociedad?
Un artículo para reflexionar. Todavía nos queda mucho por hacer al respecto y está en manos de todos y cada uno de nosotros.
Éste es un artículo necesario. Las cifras son vergonzosas, pensando además en las personas que pasan hambre…debemos plantearnos un consumo responsable, lo que no implica comer mal, ya que es peligroso para la salud. Realmente necesitamos mucho menos de lo que tenemos y debemos inculcar estos hábitos a nuestros hijos.
Muchas gracias Profesor.