Me preguntaba un conocido mío hace días por qué me gusta decir que la empresa es una comunidad de personas. Le parecía que dejamos fuera muchas cosas importantes en la empresa: para empezar, los medios materiales -las instalaciones, el capital, la tecnología…- e inmateriales, pero no personales -la marca, la reputación y otras muchas cosas.
Bueno, le contesté: no las dejamos fuera, porque son importantes. Pero las tenemos en cuenta junto con las personas, o mejor, a través de las personas. No dirigimos máquinas, sino personas que manejan máquinas. Usamos el dinero que aportan las personas, los propietarios e inversores, y conviene que tengamos en cuenta qué quieren esos propietarios: maximizar el beneficio para ellos, hacer posible un sueño, mejorar la sociedad, prestar un servicio… No entenderemos nuestros «deberes» para con el capital, si no entendemos que son personas las que aportan ese capital…
De alguna manera, llamar a la empresa «comunidad de personas» es reconocer que estas son las importantes. Primero, por ellas mismas: cada una tiene toda la dignidad que solo las personas pueden recibir. Segundo, porque todas son importantes: necesitamos la colaboración de todos… O sea, ninguna es prescindible…
Al llegar a este punto me interrumpió: qué más daba que el trabajador en la cadena de montaje fuese José, Enriqueta, Manuel o Carmen… Todos ellos saben hacerlo, quieren hacerlo y el resultado será el mismo…
Le conté entonces la teoría de las huellas, que explica muy bien mi colega en el IESE, Rafael Andreu, a partir de las ideas de Juan Antonio Pérez López. El tornillo que uno y otro ponen en la cadena de montaje es el mismo, igualmente bien puesto, y es irrelevante quién lo puso. Pero esto no quiere decir que sean perfectamente intercambiables, salvo que optemos por decir que lo único relevante que hacen es poner el tornillo. Porque se relacionan con sus compañeros, reciben sus ideas, conversan con ellos, les ayudan (o les molestan), aprenden cosas buenas (o malas), hacen amigos… Dejan sus huellas en los demás, y reciben las huellas de los demás. Aprenden, y lo que aprenden de uno no lo aprenderán de otro. No son intercambiables.
No sé si convencí a mi interlocutor, pero sigo pensando que es bueno empezar hablando de la empresa como una comunidad de personas que se ponen de acuerdo para hacer algo en común, algo en lo que todos están interesados, aunque por motivos diferentes.
Me parece correcto su pensamiento, profesor, y es justo lo que queremos implementar en nuestra comunidad / empresa de viajes, crear más que una simple empresa más, una comunidad donde seamos parte de un todo, y que no haya distinción empleados / jefe, sino que sea más bien una integración donde a todos nos pese el bienestar y la fluidez de nuestra organización.
Lo último en la cadena evolutiva es las instituciones, profesor. Lo que se hace es el DNA de cada una. Y si hay que poner un tornillo, hay que ponerlo y el DNA… lo exige! Pero mientras no nos demos cuenta de que lo más importante de la evolución no es ella misma (la evolución per se) sino cada persona que la compone o de su entorno, nos quedamos en las instituciones como medios para otros medios. No es así. Las personas son fines (no en el sentido kantiano que es simétrico con el ser del universo) en sí mismas. Cada una es superior al universo. Es que el universo no me piensa ni me cambia, yo si que puedo hasta destruirlo, si lo contamino ex profeso, cosa que el universo nunca podrá. Los tornillos los pone alguien y es muy importante quién lo haga, no que lo ponga, sino cómo, dónde, de qué modo, etc.