Me envía un amigo mío un artículo (ver aquí) que comenta un libro de Ross Douthat, «The Decadent Society: How We Became the Victims of Our Own Success» y me pregunta si la crisis del coronavirus es la respuesta a ese libro. No he leído a Douthat, pero el artículo explica una tesis muy interesante: la sociedad occidental está en una eterno otoño, «siempre en noviembre pero nunca en el Día de Acción de Gracias», en una decadencia dorada, pero sin riesgo de caer en una hecatombe. Oportuna pregunta, la de mi amigo.
La tesis del libro, ya lo he dicho, es que no hay un colapso a la vista, pero tampoco un renacimiento. Define la decadencia como «estancamiento económico, decadencia institucional y agotamiento cultural e institucional con un alto nivel de prosperidad material y desarrollo tecnológico». Bloqueo político, entre populismo, socialismo y democracia liberal; cultura dominada por la secuelas y remakes; otoño demográfico, en el que la liberación sexual ha traído soledad; política más esclerótica que tumultuosa, e incluso el peligro de la guerra se conjura continuadamente, también con medidas de control, lenguaje políticamente correcto y un despotismo suave que ya nos va bien…
El artículo señala que «la decadencia es confortable, pero quizás nosotros, o nuestros descendientes, tendremos que correr el riesgo del invierno, para vivir una nueva primavera». Y aquí viene la pregunta de mi amigo: ¿es al coronavirus el comienzo de ese invierno?
El invierno puede llegar porque un enemigo nos derrote, o porque nosotros nos unamos para cambiar nuestro dolce far niente por un nuevo modelo de vida. Y me temo que el virus no va a ser ni una cosa ni otra. Ahora estamos preocupados por cómo vamos a salir de la emergencia sanitaria; luego, o ahora ya, nos preocuparemos por la emergencia económica, y acabaremos buscando soluciones caras y difíciles, como será desarrollar mucho más nuestro sistema sanitario para prever nuevas epidemias que somos incapaces de entender por dónde vendrán y qué forma tendrán. Me temo que lo que hagamos cuando esto se acaba será «más de lo mismo».
Tengo más confianza en un remedio que el artículo cita textualmente del libro de Douthat: podemos «vivir vigorosamente en medio de un estancamiento general, ser fructíferos en medio de la esterilidad, ser creativos entre la repetición y construir vidas humanas buenas y llenas, que ofrezcan, como un microcosmos, un contrapunto y un reto al macrocosmo decadente». Ahora no tenemos dónde ir: hemos probado todo, todo nos sirve de entretenimiento, y no tenemos ni idea de dónde está nuestro norte. O sea, es la hora de las ideas: ideas minoritarias capaces de ganar adeptos que vayan convirtiendo este macrocosmos decadente en un conjunto de microcosmos de prosperidad. Pero dejemos su concreción para otro día…
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