Había previsto poner fin a la serie sobre la meritocracia, pero María Marta Preziosa nos ha obsequiado con otra entrada sobre el tema, «Meritocracia para mí» (aquí). De modo que vuelvo sobre él. Ella se pregunta: «¿quiénes son los que deberían guiarse por criterios de decisión meritocráticos? ¿los líderes? ¿los directivos? ¿los gerentes? ¿los funcionarios públicos? ¿los padres? ¿los docentes? ¿vos? ¿yo?» Y contesta:
«Si uno apela al argumento de la integridad, sin dudar y sin excluir a ningún otro agente, la respuesta es que el primer sujeto activo de la meritocracia soy yo«.
«Es decir, soy yo reconociendo los méritos de otros, permitiendo que expandan sus logros. Soy yo reconociendo la envidia y mis faltas de agradecimiento a los que me reconocieron, recompensaron, beneficiaron o me abrieron paso. Soy yo no quedándome con los méritos de otros. Soy yo ofreciéndole -de lo que pasa por mis manos- oportunidades a otros».
Estoy de acuerdo con ella. En un entorno en que todos buscamos a quién imputar la culpa de nuestros males y cómo apuntarnos un éxito cuando lo tiene otro, un ejercicio de humildad como el que ella propone resulta muy adecuado. Por supuesto, si los directivos y los líderes políticos no reconocen los méritos ajenos, hay que recordárselo. Pero empezando por uno mismo. María Marta continúa:
«Éste es el remedio. Es muy simple. Es individual, pero de efecto colectivo«.
Es, en definitiva, la ética de las virtudes. Para comportarse éticamente hace falta saber, tener información, tener criterio, estar al tanto… Pero luego hace falta algo más: el acto de voluntad de querer y hacer aquello que hay que hacer. Y remata:
«Inmuniza -en parte- contra las faltas de reconocimiento, sobre todo, si se hace de forma no-condescendiente (Do not patronize me!). Es decir, si lo hago sabiendo que yo en cualquier momento podría estar en ese otro lugar«.
Ponerse en el lugar del otro siempre ayuda a comprender problemas y a tomar decisiones, en esta y en otras cuestiones importantes.