No os llaméis a engaño: esta entrada vuelve a tratar de la meritocracia, pero me parecía demasiado arriesgado añadir una cuarta entrada a la serie. El título viene de un libro, «Head, Hand, Heart» recién publicado por David Goodhart. No lo he leído: el día no me da para todo. Pero he leído críticas, que lo dejan muy bien, y que enlazan con el tema de la meritocracia.
La tesis de fondo es que la sociedad del conocimiento ha dado ventaja a los empleos de ese ámbito, arrastrando a los jóvenes a pasar por la universidad, con la esperanza de éxitos profesionales y un nivel de vida elevado. El resultado es la sobreeducación, que deja insatisfechos a muchos licenciados, graduados y master que no encuentran los empleos que les habíamos «prometido» -y aquí es donde aparece la meritocracia: estudia para títulos más altos y ahí estará tu mérito.
A estas alturas, no hace falta cantar las excelencias de la gente con más mano y corazón que cabeza, desde los conductores de autobús, los distribuidores a domicilio durante el confinamiento, los cuidadores de personas mayores o los que limpian una vez y otra los lavabos del hospital. El problema es que se trata de personas no bien pagadas; según Goodhart, porque no tenemos medios para medir objetivamente esas competencias; a mí me parece que por un exceso de oferta: los que se quedan en paro para otras cosas es más fácil que encuentren un empleo rellenando estanterías en un supermercado o sacando a pasear a una anciana que no se puede valer por sí misma.
Esto tiene mal remedio, porque el exceso de oferta de mano de obra de baja cualificación seguirá vigente entre nosotros durante mucho tiempo (ojalá me equivoque). El aumento del salario mínimo es una buena idea… para los que mantengan su empleo, que serán menos de los que ahora lo consiguen. Hay que mejorar su productividad, lo cual, probablemente, pasa por más y mejor formación: revisar la Formación Profesional y las medidas de reinserción de los parados. Y hay que mejorar su prestigio, su reconocimiento social, como base para revisar las políticas de las empresas sobre sus trabajadores necesarios pero poco cualificados. Y las de las familias, que son las «empresarias» de los «trabajadores del hogar», tan necesarios y tan poco valorados…
Una solución sería reducir los días laborables a 3 o 4 y repartir el trabajo para evitar tener población desempleada en un alto porcentaje. Pero por lo menos en España está mal visto no trabajar a jornada completa tus 5, 6 o 7 días a la semana, so pena de ser acusado de vago.
Es un debate estéril hoy en día en este país.