Una vez conseguido que el lector abra esta entrada, atraído por lo que promete el título, debo hacer una aclaración: la respuesta que voy a dar aquí es solo una parte de la respuesta total. Pero me parece que es relevante.
Antiguamente -y no hay que remontarse para esto al Imperio Romano, basta medio siglo o así- muchas empresas tenian un propietario o un grupo de propietarios, llamados «la propiedad», que asumían unas responsabilidades frente a las personas contratadas por la empresa, frente a los mercados, proveedores, financiadores y clientes, y frente a la sociedad. No siempre estaban a la altura de esas responsabilidades, pero por lo menos respondían a la pregunta “¿quién manda aquí?”, sobre todo cuando el ejercicio de ese mando era necesario.
Todo eso ha cambiado a lo largo de las últimas décadas. La figura del propietario de la empresa está hoy desdibujada, como consecuencia, principalmente, de los cambios experimentados por la teoría y la práctica de las finanzas. Me refiero a la teoría de la gestión de carteras, que convierte el capital de las empresas en un conjunto de títulos que se eligen por combinaciones de rendimiento y riesgo, sin tener en cuenta la organización que está detrás. Los propietarios de esos títulos no se sienten, no pueden sentirse, propietarios de la empresa, porque a menudo ignoran que esas acciones están en su patrimonio, o están dispuestos a desprenderse de ellas en el muy corto plazo.
Mi tesis es, pues, que la mala imagen de la empresa se debe, en buena parte, a esa desnaturalización de la figura del propietario, que arrastra también a los altos directivos, que tienen que asumir responsabilidades de propietarios sin serlo, porque están más preocupados de su carrera que de la empresa, y porque, a menudo, están sometidos a incentivos perversos, que explican muchos de los escándalos que se han repetido a lo largo del tiempo. Si te pagan para obtener beneficios a corto plazo, harás lo posible por conseguirlo, aun perjudicando el futuro de la organización o corrompiendo la contabilidad.
Simplificando mucho la realidad, hoy en día se ve la empresa como un conjunto de activos financieros que, como todos, se caracterizan por combinar rentabilidad y riesgo, sin referencia a la función social de la empresa ni a la comunidad de personas que la integran. Y esto, me parece, pasa la patata caliente a los directivos, que son los que tienen que marcar, ante los inversores, lo que caracteriza a su empresa como una buena empresa, con una función social y con comportamientos éticos. En todo caso, si tengo razón, la imagen de la empresa tiene que cambiar en el ámbito de las finanzas, no solo en el despacho del CEO o en la sala de reuniones del consejo de administración.
Estimado don Antonio:
Hay mucho de razón en su tesis. La teoría de la administración ha hecho un gran daño a la empresa porque contribuye a su despersonalización.
Por otro lado, precisamente esa despersonalización hace que muchas veces la gente prefiera contratar servicios o comprar productos de empresas con dueño conocido, ya sea como consumidor final o como empresario, que es mi caso.
Estimado profesor: todo se origina en pretender una visión estática (o de foto) de los beneficios numéricos de las empresas. Como dice Polo, los gastos son la materia prima y las depreciaciones (amortizaciones le dicen en España). O sea, que si los sueldos de planilla se ven como gastos, estamos equivocados. Pero como se miden o enfocan mal esos números (como si fueran foto, que no lo son) todo se desvirtúa «de saque» y el juego irá mal. Como adelanto te digo lo que sigue.
Los costos se van diluyendo a medida que se van incorporando las materias primas (ojo con las horas-hombre) en los artículos a producir, por ejemplo. Esta dilución es geométrica: del orden de CT/q, es decir, como una curva de demanda de elasticidad 1. Pero los costos se van acumulando aritméticamente, al aumentar las unidades producidas: Cu x q. Se acostumbra decir que cuando ambos se equiparan, es decir, CT/q = Cu (precio de venta) se es más eficiente. Pero no se incluyen los lapsos de tiempo que han transcurrido en la empresa, o en la sociedad, etc.; y se anualizan o mensualizan o lotizan los tiempos para el cálculo (que casi nunca coinciden con la realidad). Aunque se incluyan las tasas de rendimiento del capital correctas, respectivas; el camino que describe en el tiempo la curva aritmética no es el mismo que la geométrica y, se sabe por el teorema de Green, que las distorsiones pueden llegar a ser impresionantemente altas. Es lo que pasaba al principio en la mecánica (cfr. el caso del puente Tahoma en USA, años 60s, cuando todo un puente de vigas de acero colapsa por estos efectos solo por la fuerza del viento), después en la electricidad, luego en la electrónica quántica (que llevó a nuevos conceptos como aplicar las simetrías a los circuitos integrados o chips, cambiando los tubos de vacío por transistores en 1957), etc.
En cambio, si se mide al directivo por el tiempo que va a emplear en estabilizar, o al menos mantener estable la empresa si ya lo está, la visión de contratar al directivo se orienta desde que se le contrata al largo. Como te decía en Lima, cuando viniste (ojalá se repita pronto, o yo pueda ir a verte), la estabilización y los problemas definen el ciclo directivo que es de unos años (ese es mi secreto, como te dije), la cosa está en calcular cuántos serán para encontrar uno de esa calidad necesaria.
Si mantenemos la visión fotográfica de ahora (para evaluar ese número) nos vamos a tener que conseguir monedas de foto porque hasta las criptomonedas se convertirán en eso: fotos