Leí un artículo interesante sobre «Para devolver a la educación su sentido originario», en Nuestro Tiempo, revista de la Universidad de Navarra, número de invierno de 2021, pp. 26 a 33. Trata, como su título indica, de la formación del carácter en la educación, pero se me ocurrió pensar que podía trasladarse, con pocos cambios, a la empresa. De ahí el título de esta entrada. Y mi respuesta es: sí, se puede.
Copio la frase introductoria del artículo: «Los retos importantes de una empresa solo pueden asumirlo empleados y directivos virtuosos, que sepan desentrañar el bien común y luchen por alcanzarlo aun cuando su propio bienestar se vea en riesgo«. He hecho trampa: he escrito empresa en vez de sociedad, y empleados y directivos en vez de ciudadanos. ¿Verdad que suena bien? Un poco optimista, es verdad, pero, si consideramos el bien de la empresa, de la sociedad en al que vive y de las personas que la forman, tiene sentido…
Algunos dirán que suficiente trabajo tiene la empresa como para producir bienes y servicios con eficiencia y sobrevivir en un entorno competitivo. Vale, si el objetivo es la supervivencia. Pero si es la excelencia de la empresa y de sus personas, entonces lo de la formación del carácter tiene sentido, de nuevo.
El artículo recoge unas ideas del psicólogo Louis Raths sobre cómo es la gente sin carácter, a partir de numerosos estudios sobre el tema: «son individuos apáticos, sin entusiasmo, que permanecen pasivos ante lo que les rodea; que se interesan por muchas cosas pero durante poco tiempo, incapaces de perseverar; que no saben qué es lo que quieren y les cuesta tomar decisiones; que van a la deriva, sin ningún plan o meta; que son conformistas y se dejan llevar por la opinión dominante; otros, los disidentes por defecto, encuentran su razón de ser en quejarse y llevar la contraria. Y añade otros trazos señalados por William Damon: «una actitud cínica ante los valores morales y las metas magnánimas, una visión derrotista del futuro (…) y, sobre todo, la ausencia de propósito, compromiso y dedicación». ¿Son estas las personas que nos interesan en nuestras empresas?
Todo esto se arregla con formación moral, con el desarrollo del carácter. Pero, me dirá el lector, esto no es tarea de la empresa, sino que viene de antes, de la educación y de la familia. De acuerdo, pero, ¿qué ocurre si, como pasa a menudo, las gentes que llegan a nuestras empresas no son un modelo de carácter? ¿Puede la empresa hacer algo por ellas, para desarrollarlas como personas? Pero de eso hablaré otro día…
Asumir los retos importante del proyecto para convertirlos en un bien común entre empleados y empresa requiere también de empatía entre ambas partes.
Desde luego que es una buena actitud la que designa al empleado idóneo, pero para que sea una relación duradera y beneficiosa para ambas partes tiene que ser también auténtica en el empleado y la empresa saber detectarla y mantenerla incentivada.
Don Antonio:
Como empresario sé que en la empresa se puede forjar carácter personal. De hecho creo que es la principal función del empresario. Eso sí, es un proceso lento que pone límite al crecimiento de la empresa. Por consiguiente, tamaño y calidad de servicio son incompatibles más allá de cierto punto.
Estimado Antonio, si la empresa es una verdaderera comunidad de personas, con un propósito de servicio a la sociedad, contribuye sin lugar a dudas en el desarrollo personal y profesional de sus empleados, además de reforzar y modelar el carácter, ya que hace mejores personas.