Michael Porter, George Serafeim y Mark Kramer publicaron en octubre de 2019 un artículo en Institutional Investor con el título «Dónde falla ESG» («Where ESG Fails», aquí, en inglés). ESG se refiere a las dimensiones ambiental (environmental), social y de gobernanza, por sus siglas en inglés. Su tesis es que esos aspectos ESG deben considerarse como integrales de la estrategia de la empresa, lo que supone dar un paso adelante en la concepción de la responsabilidad social de la inversión (en este caso, inversión financiera más que macroeconómica: inversión en valores, principalmente acciones de las empresas, no compra por estas de máquinas, instalaciones y otros elementos productivos).
«Las empresas en todas las industrias se están moviendo hacia la adopción del propósito social como parte de su estrategia competitiva… [pero] la comunidad inversora se ha quedado atrasada… Creemos que el propósito más fundamental de los inversores es asignar el capital a aquellos negocios que puedan usarlo bien para cumplir las necesidades más importantes de la sociedad, con beneficios… Los inversores pueden elegir ganar dinero de modos que contribuyan a una comunidad más sana, próspera y sostenible, o pueden elegir extraer rentas de un modo socialmente destructivo. Hasta ahora, las obligaciones de la responsabilidad social se han impuesto a las compañías, no a los accionistas. Pero los inversores tienen una responsabilidad social».
El artículo sostiene que las empresas deben incluir en su estrategia los retos sociales a los que se enfrentan: «crear impacto social mediante un modelo de negocio rentable e innovador reconstruye la naturaleza de la competencia y causa un impacto social», pero esto requiere ir más allá de un listado de factores como el que considera ahora el análisis ESG a la hora de seleccionar inversiones. Los autores se lamentan de que ESG se limite a añadir al análisis de la rentabilidad financiera de las inversiones unas consideraciones de ESG para reducir el riesgo, por ejemplo utilizando análisis agregados de todos esos factores, sin considerar su relevancia para cada sector o empresa. ESG se convierte así en una variable más que trata de medir la prudencia y visión de la dirección de la empresa, pero no considera el impacto que esas tres dimensiones tienen en la estrategia y, por tanto, en las expectativas de la empresa en el largo plazo.
Lo que me gustó más del artículo que aquí comento es su invitación a ampliar el ámbito de la responsabilidad social de los inversores. Esta empezó centrada en los valores personales de esos inversores, se amplió luego a un conjunto de indicadores negativos (no invertir en empresas que produzcan armas, alcohol, tabaco, juego…), para acabar añadiendo otros positivos y presionar a las empresas para que fuesen más explícitas en sus políticas medioambientales, sociales y de gobernanza. Ahora lo que piden a las empresas que canalizan esas inversiones es que adopten una concepción más amplia de su responsabilidad, lo que exige también a las empresas en las que van a invertir que tengan estrategias claras sobre esos factores ESG, las midan, las valoren y las introduzcan en sus informes.