En la vida hay ciclos, cosas que crecen y se desarrollan, decrecen y desaparecen, y vuelven a aparecer. Cuando yo hacía mis primeros pinitos en el mundo de la ética empresarial, se hablaba mucho de la responsabilidad de invertir de manera ética. No se hablaba entonces de ASG (medioambiente, social y gobernanza); simplemente, se invitaba al inversor a pensar si la operación que estaba llevando a cabo respondía a criterios moralmente aceptables: si la empresa cuyas acciones o cuya deuda compraba trataba bien a los trabajadores, engañaba o no a sus clientes, cumplía la ley y las regulaciones justas, pagaba los impuestos adecuados y unas cuantas cosas más. Era necesario conocer la empresa en la que se invertía aunque por supuesto, la información disponible sobre esos temas era muy deficiente. Porque entonces no invertíamos en fondos, sino en empresas concretas, mirando su rentabilidad, pero también las condiciones de sus actividades. Muchos inversores no querían hacerse responsables de poner su dinero en empresas que llevaban a cabo acciones inmorales. Probablemente, esto venía dado por la moral de corte religioso que, a falta de un buen desarrollo de la ética empresarial, era la que se aplicaba a las personas que dirigían las empresas o que invertían en ellas.
Todo esto ha cambiado radicalmente. Ahora dejamos a los gestores de fondos el conocimiento de las empresas en las que ellos invierten, y nosotros nos guiamos por lo que nos dicen esos gestores, que, a su vez, se guían por lo que dicen unas agencias de rating u otros intermediarios, que, a su vez, se basan en la información que proporcionan las empresas; no aquella información privada, a menudo confidencial, de hace décadas, sino una información neutra, pública, sometida a controles y especificaciones, quizás no admitidos por todos, pero al menos con un sello de «garantía». Lo cual ha creado formas nuevas de inversión socialmente responsable, incluido el greenwashing, que a menudo ha consistido en un paraguas «aceptable» de un conjunto de activos supuestamente ASG. Y quizás se olvida que eso requiere la existencia y disponibilidad de informaciones fiables por parte de las empresas, criterios homogéneos para calificar el grado de fiabilidad de una empresa y su impacto, unas regulaciones solventes y bien ejecutadas y, en definitiva, una actitud seria por parte del inversor, que debe sentirse comprometido a no colocar su dinero en negocios cuya calidad, también moral, no conoce.
Hi ANTONIO ARGANDOÑA,
Estoy impresionado por su último libro y la calidad de su trabajo.
Gracias por este artículo de investigación sobre inversión.